jueves, 31 de diciembre de 2009

Última entrada del año....

Dicen que la función más noble de las cosas es la de ser contempladas. Pues bien, emprendo este viaje con el deseo de mirar y poder ver. Sólo así se puede contemplar. No negaré que ha sido difícil tomar esta decisión, pero creo que ahora es la mejor. Irlanda es tierra de celtas, vikingos, guerreros, reyes y escritores que dejaron allí sus huellas. Espero pisar las suyas, pero también dejar las mías”

El Viaje de Yule. F. I. G

¡A por un año 10!



miércoles, 30 de diciembre de 2009

Para los futuros psicólogos...

Bien sé que éste no es el tema más apropiado para estas fechas, pero, hace no muchos días, mantuve una acalorada conversación con mis compañeros de máster acerca de la muerte. Todo fue fruto de un comentario de una compañera que había trabajado meses atrás en una residencia de ancianos. Ella nos contó cómo le entristecía ver morir, antes o después, a aquellas personas a las que cuidaba y entregaba su tiempo y esfuerzo. Para ser verdaderamente sincero, lo primero que pensé al oir sus palabras fue: "Menuda egoista. Para muchas de esas personas la muerte puede ser un verdadero descanso, pero ella sólo piensa en sí misma".

Lógicamente, en ese momento consideré más prudente callarme estos pensamientos, y sólo intenté hacer ver a cuantos me rodeaban, que la visión occidental de la muerte no es más que un obstáculo en nuestra labor como psicólogos, o como yo prefiero llamarnos, "guías de la mente". Les expuse que nuestro objetivo fundamental debería ser el de conseguir abrir los ojos de las personas que, por una causa u otra, acuden a nosotros cegadas, bloqueadas, sin perspectiva o desorientadas. Muchos son los que estudian psicología. Las facultades están abarrotadas promoción tras promoción, pero ¿cuántos de todas esas personas están verdaderamente preparadas para ser "guías de la mente"? Me atrevería a decir que muy pocas. Pero esto tiene fácil solución: como en los malos cocineros, existen las recetas. Se dispone de un amplio recetario en psicología que te permite trabajar como psicólogo sin tener que pensar demasiado...

Al día siguiente, cierta persona me comunicó otra "trágica" noticia, también relacionada con la muerte, con respecto al padre de una compañera suya de clase. Esta persona que me lo contó, sin embargo, pareció entenderme más que mis colegas psicólogos, y eso que no ha estudiado psicología, sino medicina...

La muerte, para la ciencia y la cultura occidental judeocristiana, ha sido considerada como la muerte física del cuerpo, ya que el alma y el espíritu humano formaban parte del terreno de la religión y de la filosofía. Según cuenta el Libro Tibetano de la vida y de la muerte, escrito por el Lama Sogyal Rinpoche, un renombrado maestro tibetano llamado Patrul Rinpoche, solía llorar los días de Año Nuevo. Cuando se le preguntaba por el motivo de sus lágrimas, el Lama siempre respondía con las mismas palabras: "Un año más se agota sin que mucha gente entienda y esté preparada para enfrentarse al verdadero significado de la muerte".

Para los occidentales, la muerte es el signo de la finitud de la vida, y marca nuestro final. Ha sido considerada como algo doloroso, razón por la cual ha sido negada, convirtiéndose así en un tema sobre el que definitivamente no se habla. De esta manera, “la muerte tiende a ser expulsada, separada, tapada; ya que representa la antítesis de lo que responde y representa idea de progreso”.

Médicos y enfermeros se enfrentan a la muerte todos los días, aunque muchos de ellos no pueden aceptarla verdaderamente, ni elaborar lo doloroso que les resulta encararla a diario en su profesión. Se habla de "cuidados paliativos" que mejoren los últimos momentos de vida o de "ayudar a morir" a ancianos o enfermos terminales. En el caso de que fuera posible, cuando el tiempo y las condiciones lo permiten, se busca que el paciente pueda tomar decisiones junto a su familia sobre cuestiones relacionadas con el tratamiento de su enfermedad y sobre las posibles tareas que podrían ser realizadas antes de su fallecimiento. En tales circunstancias, se busca priorizar que el anciano y/o el paciente terminal puedan despedirse de la vida, de su familia y de sus amigos. Se trabaja asimismo sobre la elaboración de las reacciones del paciente en cuestión ante la proximidad del fin de su vida y la preparación para su muerte...

Y ahora viene lo interesante. La Psicología Social Transcultural (eufemismo que utilizo para que me crean muchos de mis colegas de máster, y que no es otra cosa más que filosofia y espiritualismo oriental) ha brindado aportes desde una visión muchísimo más amplia sobre dichos temas que nos permite obtener una mirada más comprensiva y que realmente ayude a aquellas personas que sufren en momentos tan habituales y cruciales como son la enfermedad, la muerte y los duelos por la pérdida de seres queridos. Y sí, las creencias religiosas pueden ayudarnos... La religión (y prefiero que no penseís en las religiones "occidentalizadas") tuvo una función durante siglos.

Desde el punto vista budista, la vida y la muerte son un todo único, en el cual la muerte es el comienzo de otro capítulo de la vida. La muerte es un espejo en el que se refleja todo el sentido de la vida. El pensamiento budista acerca de la muerte arranca de la historia de los primeros años y juventud del príncipe Siddhârta Gautama. Siddhârta, hijo de un noble del clan de los shâkyas, fue protegido por su familia contra cualquier experiencia desagradable y frustrante. Sin embargo, y a pesar de todas las precauciones, el futuro Buddha salió un día del palacio en compañía de su cochero; durante el paseo por un parque, vio a un anciano tan encorvado como un tejado de dos aguas, decrépito, apoyándose en un bastón y tambaleándose, afligido y en plena decadencia.

En el siguiente paseo, tuvo ocasión de observar a un hombre enfermo, que padecía grandes sufrimientos, caído y revolcándose en sus propios excrementos. Transcurridos unos días, el joven príncipe volvió a salir del palacio en compañía de su cochero y esta vez se encontró con mucha gente vestida de diversos colores, construyendo una pira funeraria. Todas estas experiencias llenaron al futuro Buddha de perplejidad, desilusión y tristeza. Una vez más, salió a pasear y vio, en esta ocasión un individuo con la cabeza rapada, un ermitaño que llevaba un hábito amarillo. En efecto, en su recorrido por el parque halló a un asceta errante, un buscador de la verdad, que, después de abandonar a su familia, se retira a la soledad del bosque y continúa su senda religiosa como un mendigo.

Siddhârta abandonó de inmediato a su familia y su lujoso palacio, dedicándose en cuerpo y alma a la práctica de diversos métodos de ascetismo y desapego. En el Majjhima Nikâya encontramos una clara descripción del exagerado rigor de tales disciplinas: «Hice mi cama en un osario con los huesos de la muerte por almohada. Y los pastores de vacas se acercaron a mi, me escupieron y orinaron sobre mi, arrojaron basura y me introdujeron pajas en las orejas. Aún no recuerdo que se despertara ningún pensamiento de odio contra ellos. Tal fue mi capacidad de soportar, sin perder la ecuanimidad».

Lejos de abandonar las prácticas ascéticas, el futuro Buddha continuó en esa línea, extremando el rigor de los ejercicios, llevado por su afán por encontrar una realidad absoluta en su ser que no participara de la involución y de la tan temida muerte. Finalmente se percató de que ninguna de esas disciplinas podría alejarle definitivamente de la muerte. Descubrió, por el contrario, que no es posible que emerja una realidad interior, jîva, alma, yo o âtman, que sobreviva a la muerte.

La noche de su «Despertar», Siddhârta recorrió los diferentes jhânas («absorciones meditativas»). Esta experiencia le llevó a la conclusión de que todo está sujeto a la caducidad, a la transformación y a la disgregación. En efecto, la verdad que el Buddha descubre es que todos los elementos de la existencia están sometidos a la impermanencia (pâli, anicca), a la insustancialidad (pâli, anatta) y al sufrimiento (pâli, dukkha). Comprender que la impermanencia es el núcleo sobre el que gravita todo lo existente, es lo mismo que ver cómo emerge el sufrimiento, qué habría que hacer para su término; y, por último, se puede contemplar la senda que conduce al cese. Sólo hay sufrimiento, del cual la muerte no es sino un epítome. La Iluminación de Gautama fue la intuición de esta verdad:

«Comprendí: esto es sufrimiento. Comprendí: esto es la causa del sufrimiento. Comprendí: esto es el fin del sufrimiento. Comprendí: esta es la vía que conduce al cese del sufrimiento [...] Conociendo así, percibiendo así, mi mente quedó libre de la corrupción del deseo sensual, de la corrupción del deseo de existencia, de la corrupción de la ignorancia. Surgió en mi el conocimiento».

El Dhammapada nos informa acerca de las palabras del Buddha tras haber eliminado el deseo y la ignorancia espiritual, y haber penetrado en el nirvâna, más allá de la enfermedad, la vejez y la muerte: «A través de muchas, fatigosas y agotadoras series de renacimientos, he buscado al constructor de esta casa. Ahora te he encontrado, oh constructor, y nunca jamás volverás a construir esta casa (el cuerpo) de nuevo. Tus vigas (pasiones) están rotas, el techo (la ignorancia ) está destrozado. Mi mente ha alcanzado el Nirvana y el final del deseo. Esto que yo he alcanzado, ¿por qué habría de proclamarlo? Aquellos llenos de lujuria y odio nunca lo captarán...»

Seguidamente, Buddha expone lo que será el núcleo de su doctrina. Lo hace en el famoso sermón, considerado como el «primer discurso del Buddha», con el cual comenzó su ministerio público. En aquel momento, al comenzar la nueva doctrina a ser proclamada, el Buddha «puso en movimiento la rueda del Dharma». El contenido de este sermón se encuentra en el Mahâvagga y dice así:

«Esta, oh bhikkhus, es la Noble Verdad sobre el Sufrimiento: el nacimiento es sufrimiento; la decadencia es sufrimiento; la enfermedad es sufrimiento; la muerte es sufrimiento. La presencia de las cosas que odiamos, produce sufrimiento; la separación de las cosas que deseamos, causa sufrimiento; no obtener lo que deseamos es fuente de sufrimiento. Los cinco agregados de apego a la existencia producen sufrimiento.

Esta, oh bhikkhus, es la Noble Verdad sobre la causa del sufrimiento: es la sed que lleva a renacer, acompañada de placer y codicia, encontrando su placer acá y allá. (Esta sed es triple), a saber: la sed del placer, la sed de la existencia, la sed de la prosperidad.

Esta, oh bhikkhus, es la Noble Verdad del Cese del sufrimiento: (cesa con) la completa extinción de esta sed, un cese que consiste en la ausencia de toda pasión, en el abandono de esta sed, en la renuncia, en la liberación de la sed y en la destrucción del deseo.

Esta, oh bhikkhus, es la Noble Verdad sobre la Senda que conduce a la extinción del sufrimiento. Es el Noble Óctuple Sendero».

Del Sermón de Benarés a sus últimas palabras, el Buddha hace especial hincapié en que todo es transitorio, incluso el yo. En el Mahâ-Parinibbâna-Sutta, hallamos las últimas palabras pronunciadas por el Buddha antes de morir: «Todas las cosas compuestas tienden hacia el envejecimiento. Trabajad diligentemente por vuestra salvación». No es fácil encararse con la idea de la total desaparición del propio yo, a pesar de que este trabajo hecho de forma consciente conduce hacia la disolución del sufrimiento: «No hay cuerpo que sea permanente, estable [...], no hay sentimiento, ni percepción, ni actividades, ni conciencia de ninguna índole [...]. Entonces el Buddha puso en su mano un trozo de excremento de vaca y dijo a su hermano: aunque se consiguiese un fragmento pequeño de yo como éste, hermano, no sería permanente, estable ni eterno».

domingo, 27 de diciembre de 2009

El pensamiento lateral

El pensamiento lateral está íntimamente ligado a la creatividad, porque requiere romper los patrones racionales a los que estamos acostumbrados, encontrar nuevos puntos de vista y nuevas asociaciones entre ideas, es decir, requiere creatividad, y a la vez es una forma de desarrollarla. Se enfoca en producir ideas que estén fuera del patrón de pensamiento habitual. La idea es la siguiente: cuando evaluamos un problema siempre tendemos a seguir un patrón natural o habitual de pensamiento (las sillas son para sentarse, el suelo para caminar, un vaso para ser llenado con un líquido, etc.), lo cual nos limita.

Con el pensamiento lateral rompemos este patrón, vemos a través del mismo logrando obtener ideas sumamente creativas e innovadoras. En particular la técnica se basa en que, mediante provocaciones del pensamiento, salimos del camino habitual, de nuestro patrón de pensamiento natural. Normalmente, catalogamos a los objetos por sus funciones, pero olvidamos que las funciones son simples relaciones creadas o adquiridas por nuestra mente, pero no son el objeto en sí mismo, no son condiciones excluyentes, no son, de hecho, cosas que existan de manera concreta en la realidad. Son interpretaciones.

Veámos un ejemplo que aparece en internet:

Uno de los tantos días de clases en la Universidad de Copenhague, a principios del siglo XX, se tomaba a los alumnos un complejo examen de física. Una de las preguntas era: ¿Cómo se puede determinar la altura de un edificio utilizando un barómetro?

Uno de los estudiantes respondió: "Atando una cuerda al barómetro y luego bajándolo desde el techo del edificio hasta el suelo. La longitud de la cuerda más la longitud del barómetro será igual a la altura del edificio".

No caben dudas de que la respuesta fue original, pero no convenció a los maestros. Él sostuvo que su respuesta era impecablemente correcta, y decidieron darle otra oportunidad. Tendría cinco minutos para demostrar oralmente que poseía el conocimiento suficiente sobre los principios de la física que se evaluaban en el examen.

Durante unos minutos, el estudiante se sentó en silencio, evidentemente abstraído en sus pensamientos, buscando una respuesta que dejara más contentos a los profesores. Finalemente, dijo que tenía en mente varias respuestas extremadamente relevantes, pero que no podía decidirse por cuál usar.

-Primero -dijo-, podemos simplemente dejar caer el barómetro desde el techo del edificio y medir el tiempo que tarda en llegar al suelo. La altura del edificio será dada por la fórmula H=1/2g×t2... pero se rompería el barómetro.

"O, si fuera un día soleado, podríamos medir la altura del barómetro y el largo de su sombra. Luego, mediríamos la sombra del edificio y, con una simple regla de tres, obtendríamos su altura."

"Pero, si en realidad desean ser extremadamente académicos al respecto, podríamos atar una soga al barómetro y comenzar a moverlo como un péndulo, primero al nivel del suelo y luego a la altura del edificio, la cual será igual a la diferencia de la restauración de la fuerza gravitacional, T=2π×√(l/g)."

"O, si el edificio tuviera escaleras de emergencia externas, sería más fácil subir por ellas, marcar en la pared su altura en tamaños de barómetro y luego sumar todas las marcas."

"Claro, si lo que buscan es una forma aburrida y ortodoxa de hacerlo, por supuesto, podríamos usar el barómetro para medir la presión del aire en el techo y en tierra, y luego convertir la diferencia de milibares a metros."

"Pero como constantemente nos están pidiendo que ejercitemos nuestra mente y apliquemos los métodos científicos más sencillos, sin lugar a dudas la mejor opción sería buscar al encargado del edificio y decirle: «Si me dice cuánto mide el edificio, le regalo este barómetro»."

Este estudiante fue uno de los contribuyentes más importantes de la física moderna, el físico atómico Niels Bohr... o quizá sólo sea una fantasía, lo cual realmente no es importante. El tema es que la historia demuestra la cantidad de caminos que uno puede tomar para llegar al mismo punto. Estos caminos alternativos son siempre directos, simples y hasta elegantes, pero no son fáciles de encontrar, porque una espesa flora de pensamientos cotidianos los esconde.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Ich sag es jedem, daß er lebt

Es giebt eine Reihe idealischer Begebenheiten, die der Wirklichkeit parallel lauft. Selten fallen sie zusammen. Menschen und Zufalle modificiren gewohnlich die idealische Begebenheit, so dass sie unvollkommen erscheint, und ihre Folgen gleichfalls unvollkommen sind.

Novalis. Moralische Ansichten.

martes, 22 de diciembre de 2009

La felicidad es clandestina

Parece sencillo de explicar, pero no lo es. ¿Por qué nos empeñamos en simular que somos felices ante los demás cuando, en realidad, la postergamos y ocultamos para nuestros momentos intimidad? Aun compartiendo momentos realmente maravillosos con otras personas, la verdadera felicidad se siente en soledad, recordando y saboreando lo ocurrido como si fuera un dulcísimo caramelo. Pesimismo, podrán pensar algunos al leer esto. Nada más lejos de la realidad. Simple y llanamente, es el efecto del tiempo. Como dice Clarice Lispector, "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Somos polvo de Estrellas...

Todavía no hay una respuesta científica para el origen de la vida. Un osado periodista norteamericano preguntó abiertamente a Einstein en una entrevista que cuál era el origen de la materia, y él no contestó ni una palabra; simplemente dirigió su dedo índice hacia arriba.

Bruno Vollmert, un profesor de Química y Director del Instituto del Polímero en la Universidad de Karlsruhe (Alemania), termina su libro Das Molekül und das Leben diciendo que aquel dedo al cielo de Einstein es, hoy por hoy, la única respuesta científica posible para explicar el origen de lo que ahora somos.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Esta semana....

... mi entrada de blog ha sido un regalo que sólo podrá leer la persona que lo acaba de recibir en su correo. Una Cerruti 1881 bien merece tal modesta distinción. Una pequeña forma de agradecimiento regalando lo único que puedo regalar: sueños.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Recorrido bajo las cumbres del Serradero...

El suave rocío y los primeros destellos trémulos del alba anuncian un nuevo día en el corazón del valle del Iregua... ¿Quién me acompaña?

jueves, 3 de diciembre de 2009

El pez que no sabía que estaba en una pecera

La Toscana, Italia. Diciembre de 2009

Poco quedaba ya que comer, sólo algunas migas sobre el mantel de ñandutí que cubría la mesa alargada del comedor. El dieciseís cumpleaños de Velia bien merecía estrenar tal preciado souvenir del último viaje a Paraguay de sus padres, si bien a ella parecía importarle poco. Los padres de Velia tenian la inveterada costumbre de alardear más de si mismos que de prestar verdadera atención por las preocupaciones de su joven hija. Los pequeños detalles que realmente importaban a Velia, parecian olvidados en aquel mundo lleno de superficialidad y ataduras en el que se encontraba presa. No soportándolo más, la joven huyó a su cuarto en cuanto pudo. Su habitación se encontraba en el ático, así que el techo estaba inclinado. Tenía un gracioso tragaluz en su centro por el que se apreciaba el cielo de aquella airada tarde de otoño. Se sentó en el suelo, bajo su particular foco de luz. Se acurrucó dejando que sus cobrizos mechones le cubrieran ligeramente la cara, y comenzó a volar lejos, muy lejos de allí... El único que parecía percibir sin displicencia cómo Velia gritaba al mundo desde su habitación era su abuelo, así que subió tras ella.
–Velia ¿estás ahí? –susurró con tono delicado.
No obtuvo respuesta, pero sabía bien donde estaba. La oía respirar con fuerza.
–Anda, déjame pasar y sentarme a tu lado.
–Pasa... –masculló la joven.
El abuelo la abrazó cálidamente y se sentó a su lado.
–¿Qué te ocurre mi ya no tan pequeño petirojo?
–No lo sé... Últimamente me siento distinta, incomprendida tal vez... ¿Por qué parece que soy la única que no conoce los secretos?
–¿A qué secretos te refieres?
–No comprendo los mensajes ocultos...
–¿Mensajes ocultos? –indagó extrañado el abuelo.
–Hoy he cumplido dieciséis años, y todavía no sé cuál es mi camino. Sólo sé que aquí no está, ni estará. Necesito salir, sentirme capaz de todo... siento cómo el mundo espera a que salga tras él. Esta casa es una prisión... No está mal, pero ¡es mi prisión!
–Veo que ya no quieres ser mi niña... Creerás que tan sólo soy un viejo; que nunca tuve tu edad, pero sí, la tuve. Y todavía me parece que fue ayer...
–Pues dime... ¡Ayúdame! Dame la fe para poder abrir mis ojos...
–Las respuestas que ahora buscas no te las puedo dar yo... Sólo podría ayudarte a hacerte las preguntas correctas... ¿Ves la pecera que tienes en tu cuarto?
–Sí... la veo. Me la regalaste tú...
–Y ¿por qué crees que te la regalé?
–¿Para que me divirtiera viendo peces multicolor...? –supuso Velia.
–Sí, en parte sí. Pero te la regalé porque hace ya tiempo que intuí que esta conversación sucedería... No culpes a tus padres, ellos están demasiado ocupados como para poder escuchar a una adolescente... A veces el mundo se nos viene encima porque perdemos la perspectiva, y este pequeño acuario nos ayudará a recuperarla. Confía en mi...
Velia y su abuelo se levantaron y observaron en silencio por unos segundos cómo los peces giraban en el acuario.
–Imagina –prosiguió el anciano– que somos peces y que nuestro mundo es esta pecera. A nosotros nos puede parecer muy pequeño, pero para ellos no lo es pues su memoria dura tan sólo tres segundos... Tras esos ínfimos segundos, todo lo que les rodea vuelve a ser nuevo para ellos, y no se plantean la posibilidad de que estén dando vueltas siempre a un mismo lugar. Los peces jóvenes, como tú, necesitan descubrir constantemente lo maravilloso, nuevo y fascinante que es el mundo... Pero ya ves que únicamente están dando vueltas una y otra vez a lo mismo... Las cosas no son tan distintas fuera de esta pecera. Con el tiempo, descubrirás que lo realmente importante se puede contar con los dedos de una mano... Lo demás será únicamente dar vueltas una y otra vez a tu misma pecera.
–Pero ahora es mi momento de descubrir lo maravilloso, nuevo y fascinante que es el mundo... –adujo Velia.
–Así es, tienes que descubrirlo por ti misma. Como antes te he dicho, yo sólo puedo ayudarte a hacerte las preguntas correctas... Los peces tienen tres segundos para darse cuenta de que están en una pecera. Nosotros tenemos toda una vida... Por cierto, acabo de recordar que todavia no te he dado tu regalo de cumpleaños.
–¡Es verdad! No lo has hecho.
–Bien, te lo daré ahora.
El anciano sacó una cajita de su bolsillo y se la entregó a Velia.
–¿Qué es? –preguntó la muchacha.
–Abre la caja, cierra los ojos y escucha con el corazón.
Velia abrió la caja, cerró sus ojos, y entonces comenzó a sonar una dulce melodia. Era una caja de música.
–La vida es como una caja de música... Pero ¿acaso no es la melodía más dulce y bella que jamás has escuchado?

jueves, 26 de noviembre de 2009

Nana de Mar y Luna


Una suave melodia
Un tributo a la estrella que hoy me guía...


PD. Aunque prefieras Crepúsculo...




Intento no mirar nunca hacia atrás
Para no recordar lo que pude hacer mal
Sólo un instante de felicidad
Me podrá ayudar a soñar con otro lugar

jueves, 19 de noviembre de 2009

Los Guardianes del Himalaya

NOTA DEL AUTOR: Déjate guiar por la música con los ojos cerrados. Que sea otro quien te lea la historia. Siente como vuelas... vuela alto, como nunca lo has hecho...




Cierra tus ojos. Eres un águila blanca, la más hermosa que jamás podrá llegar a ver el hombre. Te impulsas suavemente dejando que el aire despliegue por completo tu precioso plumaje urdido por adiestrados sastres. Te elevas surcando el horizonte cada vez más rápido, sintiendo el cielo expandirse por todo tu volátil cuerpo. Eres libre, y no temes tu libertad. Diriges tus ojos hacia la tierra que sobrevuelas: un precioso decorado de cumbres nevadas emerge entre nubes de blanco marfil. La gigantesca cordillera del Himalaya se alza bajo tus alas. Siguiendo el ritmo que te marca el viento, vas planeando y oscilando sigilosamente tu vuelo sobre descomunales gigantes de roca cubiertos de nieve incólume que la naturaleza decidió colocar aquí. Tan bello es el paisaje que temes pestañear y perderte cualquier ínfimo detalle de tal sublime creación divina.

Ahora miras hacia atrás. Observas como otras águilas te acompañan en tu viaje. Tú las guías porque ellas confían en ti. Murió entre tus brazos sin que pudieras hacer nada, y tu última promesa antes de que su rostro se apagara para siempre fue dedicarle una última ascensión: el Everest. Noble valor que ya había sido reconocido por tu país, Polonia. Fuiste un héroe para los polacos en la Gran Guerra. Ayudaste a salvar muchas vidas, pero no pudiste hacer nada por la de la persona que más querías... Sientes como el resto de águilas te miran con ternura. Ellas conocen bien tu historia, pero no se entristecen pues saben que ahora tu misión es igualmente honorable. Todas las almas de los montañeros surcaís ahora, contigo a la cabeza, el gran Himalaya. Guiáis a los que fueron como vosotros en vida, deseándoles lo que no pudisteis conseguir: regresar con vida. Sois los ancestrales guardianes del Himalaya.

Ves a lo lejos emerger entre las nubes una cumbre. El techo del mundo, el Everest. Codiciada y trágica cima para muchos. Un loco sinsentido del hombre cara a cara contra la naturaleza para otros. Extrañas y misteriosas fuerzas que claman la superación de mirar desde allí arriba. Intuyes una figura aparentemente humana en lo alto de la cima. Te aproximas acompasadamente, sin prisa. Hay un Lama aguardando tu llegada. Tiene su brazo derecho extendido esperando a que te poses en él. Te frenas habilidosamente con tus alas y, desde allí, una vez posado, contempláis serenos la belleza del paisaje. El Lama te protege y cuida. Comienza a anochecer y un manto de estrellas acude a vuestra llamada. Un día más termina. En ese instante, una magia desconocida por el hombre os hace desaparecer inexplicablemente entre el cielo y la Gran cima...

jueves, 5 de noviembre de 2009

Los pasos del Silencio

NOTA DEL AUTOR: Permítame el lector este pequeño esperpento del miedo al amor consecuencia de una larga conversación con una persona que, aunque sólo he visto una única vez en toda mi vida, tengo por especial. Ni yo mismo estoy de acuerdo con todo lo que aquí está escrito, pero, como habréis de saber, el escritor es el mayor de los mentirosos. ¡Nunca os fiéis de ellos!



Tras los finos cristales de un apartamento ahora vacío, Amadeo observaba cómo la lluvia sumergía las tristes y despobladas calles de su querida Salamanca una lúgubre tarde de domingo. El olor húmedo de la calle se fundía en su habitación con la delicada fragancia de la cera de una vela a punto de consumirse. Y es que Amadeo siempre prefirió la cálida luz de una candela a las insípidas y frías luces eléctricas. Sobre el colchón desabrigado de su cama, una maleta a medio hacer se dejaba entrever misteriosamente entre montones de ropa, libros y centenares de objetos que le servirían de recuerdo. Había llegado el momento de abandonar aquel lugar que durante tantos años le había servido de irreemplazable refugio. La hermosa ciudad de Brujas le esperaba con los brazos abiertos y con un sinfín de oportunidades para su prometedora carrera como economista. Pero, para Amadeo, los lugares carecían de valor por si mismos. Para él, sólo a las personas se les había concedido el honorable privilegio de envilecer con valor a los lugares, y sus mejores amigos iban a quedar para siempre esparcidos en multitud de lugares que, muy a su pesar, nunca visitaría.

Cabizbajo, Amadeo preparaba su maleta entre recuerdos que conformaban el único paraíso del que ya no podría ser desterrado. Sólo el ruido de las incesantes gotas de agua, que se agolpaban llamando a su cristal, conseguían interrumpirle de su tarea de vez en cuando y hacerle esbozar una leve sonrisa en su rostro abatido. Necesitaba verla una vez más, seguramente la última. Aunque no lo quería creer, sabía que, como dice la canción, la distancia sería el olvido.

Sonó el timbre. Amadeo corrió hacia la puerta tan rápido como sus pies le permitieron. Sonrió como un niño al ver que era ella. Era Nereida.
–Amadeo, menos mal, ya pensé que no me daría tiempo a despedirme. ¿Cómo lo llevas?
Mientras caminaban hacia su habitación, Amadeo intentó camuflar su extensa sonrisa al verla.
“¿Qué sabes tú del amor?” se preguntó Amadeo confidencialmente, desviando su mirada por unos segundos hacia los cristales, los cuales ya sólo permitían intuir torpemente lo que tras ellos se alzaba. Nunca se atrevería a preguntárselo directamente por temor a escuchar una respuesta demasiado buena. Amadeo respondió.
–Voy despacio. Se me hace difícil hacer una maleta en la que no puedo meter lo que realmente me gustaría... No puedo parar de pensar en todo lo que aquí dejo. La vida, de ser algo, son eso: recuerdos.
–Confío en que te acuerdes de mí en Brujas y no tardes mucho en enviarme una foto de tu nueva casa y amigos.
Mientras Nereida decía estas palabras con su cabeza de manera automática, sus verdaderos pensamientos comenzaron a asaltarle el corazón: “Me gustaría decirte tantas cosas que no te he dicho en todos estos meses. He pensado más de mil veces en cómo decirte esto, pero no soy capaz... Ahora te marchas y sé que nada volverá a ser igual entre tú y yo. Nunca me lo podré perdonar. Todavía recuerdo la primera vez que te vi... estabas tan guapo con esa camisa ¡te sentaba realmente bien! Te quiero pero nunca te lo he dicho. Tengo tanto miedo a hacerlo y quedar como una tonta... prefiero tenerte como amigo a perderte para siempre...”. Desconociendo esta confesión, Amadeo retomó las últimas palabras de Nereida.
–¡Qué cosas dices! Claro que me voy a acordar de ti. Serás la primera persona que vea mi nuevo apartamento. Te mandaré una foto en cuanto llegue.
Al igual que Nereida, Amadeo respondió ocultando lo que nunca se atrevió a decir: “Si supieras cómo te voy a echar de menos. Me encantaría llorar entre tus brazos, pero me falta el valor para hacerlo... Lo primero que he metido en mi maleta han sido todas las cosas que me recuerdan nuestros últimos meses juntos. Las entradas de cine. He guardado todas y cada una de ellas. Los libros que me regalaste. La música que sé que te gusta... Pero, también he guardado todas las palabras que nunca te dije...”.

Nereida se sentó en la incómoda silla del escritorio de Amadeo. La misma silla en la que, poco tiempo antes, había reído escuchando las ocurrencias de Amadeo sobre su futuro como importante empresario en Manhattan. Pero, en esta ocasión, sabía que nunca más volvería a sentarse en aquella silla. Nunca volvería a tenerle tan cerca. Lo sabía demasiado bien, así que no pudo evitar que se le formara una pequeña lágrima de tristeza en la comisura de sus ojos. La trató de disimular girando su dulce rostro hacia un lugar alejado de la vista de Amadeo.
–¿Volverás algún día? –inquirió ella.
En ese instante, Amadeo cogió un rosa teñida de azul que tenía junto a su vela, cuya llama ya era prácticamente inapreciable, se la dejó en la mesa y respondió:
–No pensemos en lo que sucederá mañana. El mañana siempre nos será desconocido.
Amadeo le volvió la espalda y caminó hacia la ventana empapada con lágrimas de lluvia. No podría soportar mirarla a los ojos esta vez, así que aparentó curiosear la calle, aunque en realidad todos sus sentidos, incluso la vista, estaban puestos tras de si, en Nereida.
Ella no pudo soportar su respuesta, así que se levantó, cogió la rosa azul con sus manos y le susurró entrecortada un triste adiós.
–Hasta la vista, Amadeo. Nunca olvides tus años en esta ciudad; la que siempre será tu ciudad, nuestra ciudad.
Nereida abandonó la habitación y se alejó lentamente en busca de la salida. Sus zapatos sellaron los pasos que, cual dagas punzantes, acribillaron el febril corazón de Amadeo. El sonido de la puerta cerrándose a lo lejos terminó derrotándolo por completo: “¿Qué sé yo del amor? No sé nada. Me arrepiento de no haber sido capaz de decirle ni una mísera palabra acerca de lo que sentía por ella en todos estos meses. La cobardía sí que es algo de lo que todos debemos lamentarnos. No hay dolor peor que el que se siente ante el anhelo de algo que nunca jamás sucedió...”. Sacó un último aliento para apagar la vela que aún iluminaba tenuemente sus tristes pensamientos. Las notas de Moonlight Serenade comenzaron a sonar en su viejo tocadiscos, al compás que la aguja marcaba arañando el vinilo que Nereida le regaló días antes.

Desde entonces, todos los domingos, Nereida acude a la plaza Mayor de Salamanca y deja una rosa azul en la placa situada bajo el reloj. En ella aún puede leerse: BRUGGE. Esto le recuerda que dejó escapar a su mayor amor por miedo a que fuera verdad... Si algún día veis dicha rosa, que os sirva de advertencia para que no cometáis el mismo error de Amadeo y Nereida.

viernes, 30 de octubre de 2009

La verdadera historia de Halloween y las calabazas




¡Creedme! No son habladurias. Juro que todo lo que ahora vais a leer es cierto, tan cierto como que dos y dos son cuatro. Hace muchos, muchos años, cuando todavía el paso del tiempo carecía de importancia y los días se sucedían idénticos uno tras otro, un perezoso pero astuto marinero irlandés llamado Jack, tuvo el infortunio de encontrarse con el mismísimo diablo en la gélida Noche de Brujas. Jack era un viejo marinero borracho y solitario cuyo único anhelo en su miserable vida era rellenar su insaciable gaznate con güisqui que bebía como si de jugo de frutas se tratase. Aquella noche, Jack bebió como de costumbre en su querida pero malolienta taberna que frecuentaba a diario en las horas en las que sólo borrachos, ladrones y gentes con despreciables vidas que preferirías no conocer, se dejaban ver por las calles. Había gastado ya todos sus peniques el anciano, cuando el diablo, experto conocedor de las debilidades humanas, le tentó con una oferta irrechazable:
--Jack ¿quieres seguir bebiendo, verdad? Te propongo algo.
--Escupe antes de que me arrepienta. -espetó el anciano limpiándose de los labios el último trago de güisqui con la manga de su agujereada camisa.
--Te ofrezco un último trago a cambio de tu alma.
El anciano no tuvo por más que aceptar el trato del diablo al apremiarle los deseos de continuar narcotizando su mísera vida. Entonces el diablo se transformó en una reluciente moneda que saltó juguetona a las manos de Jack. Pero Jack, rápidamente la tomó y se la guardó en su monedero, donde también llevaba una cruz. Ésto impidió al diablo retomar su forma original, y Jack, en su nueva condición de privilegio, le ofreció un nuevo trato:
--Sólo te dejaré salir de mi monedero si me prometes no pedirme mi alma en diez años.
El diablo no tuvo más remedio que concederle a Jack su reclamación, y desapareció como si nunca jamás hubiera existido aquel acuerdo.

Pasaron diez años, y el diablo, fiel a su cita, regresó de nuevo para reunirse con Jack. El diablo estaba preparado para hacerse, por fin, con el alma de Jack tras diez largos años de espera, pero éste, muy astuto, pensó rápido y dijo:
--Está bien... te daré mi alma de buena gana, pero antes de hacerlo ¿me traerías por favor la manzana que está en ese árbol?
El diablo pensó que ya no tenía nada qué perder, así que de un salto llegó hasta la copa del árbol y arrancó una manzana. Pero Jack, antes de que el diablo se diese cuenta, había tallado rápidamente una cruz en su tronco y el diablo, de nuevo, quedó atrapado en lo alto de sus ramas y no pudo bajar. Jack obligó a prometer al diablo que jamás le pediría su alma nuevamente y a éste no le quedó más remedio que aceptar.

Jack murió en la más absoluta de la soledad unos años más tarde. No pudo entrar en el cielo, pues durante toda su vida había sido un golfo, borracho y estafador; y cuando trató de hacerlo en el infierno, el diablo le recordó que, no muchos años antes, le había prometido no tomar su alma nunca jamás.
--¿Adónde iré ahora? -preguntó entre lamentos Jack.
--Deberás regresar por donde viniste...-le contestó el diablo.
El camino de regreso era oscuro y el terrible viento no le dejaba ver nada. Entonces, el diablo le lanzó un carbón encendido directamente del infierno para que se guiara en la oscuridad, y Jack lo puso en un nabo que iba comiendo, a modo de farol, para que no se apagara con el viento. Jack estaba condenado a vagar en las tinieblas eternamente...

Pero ¿qué simboliza la calabaza en Halloween? Los pueblos de origen céltico, como mandaba la tradición, ahuecaban nabos y ponían carbón en ellos para iluminar el camino de regreso al mundo de los vivos a sus difuntos más queridos, y así les daban la bienvenida, a la vez que se protegían de los malos espíritus. Pero cuando los irlandeses llegaron a América, vieron que las calabazas eran mucho más grandes y fáciles de ahuecar que los nabos, por lo que, desde entonces, ninguna persona ha crecido sin conocer un Jack-o-lantern, el tenebroso candil de Jack...

miércoles, 28 de octubre de 2009

A todos aquellos que descansan entre coral



Gracias por tu inspiración...

Sucedió al norte de la bahía de Seven Heads, en el pequeño poblado marinero de Timoleague, donde el mar se adentra entre las montañas para consolar a la costa de la furia de su oleaje. Dominando el paisaje de este recóndito rincón de Irlanda, se encuentran las silenciosas ruinas de una importante abadía medieval franciscana, que lleva siglos contemplando impasible a las gentes de Timoleague. Si estas ruinas pudieran hablar, relatarían tantas historias como gotas de agua resbalan a diario por sus ennegrecidas piedras.

Era costumbre en Timoleague que, todas las mañanas de trabajo, las mujeres, antes de comenzar sus bordados en lana, acompañaran a sus hijos y maridos al puerto para despedirlos hasta la noche. La mayoría de sus hombres vivían de la pesca en la tranquila bahía de Seven Heads. El pueblo conformaba un divertido y colorido mosaico, ya que todas sus casas estaban pintadas con diferentes colores. Así, los marineros podían identificar la suya desde lejos, mientras pescaban en la cala. Las mujeres se dedicaban al bordado de jerséis en sus casas, que vendían los domingos en el gran mercado de Cork. Vivían tranquilas, pues sabían que la bahía protegería y daría refugio a sus hombres de la furia del mar. Durante muchos años así fue, hasta que la desgracia llegó al apacible poblado de Timoleague. Todos aquellos años de pesca hicieron que ya no quedara nada en la cala, y sólo sería posible seguir pescando en alta mar. Algunos decidieron trasladarse a trabajar a Cork; otros, comprar ganado para vender su carne y hacer mantequillas; pero la mayoría decidió continuar con su honorable y ancestral trabajo en el mar.

Entró pronto el impaciente y frío invierno, y, con él, las fuertes lluvias, vientos y marejadas. El mar se tornó peligroso para los pescadores, con espesas nieblas y frecuentes tormentas. Durante ese invierno, una silente preocupación invadió al, hasta entonces, alegre mosaico de colores que era Timoleague. Ahora, las mujeres, mientras bordaban sus jerséis, lamentaban que su querida bahía ya no pudiera abrigar a sus hombres. Una mañana como otra cualquiera, Liam y su hijo, Keiran, partieron como siempre a faenar al mar en su pequeño velero de teca, bautizado Saoirse, Libertad en gaélico. El Saoirse era todo un símbolo para su familia, y una herencia generación tras generación. Pero esa es otra historia… Asumieron riesgos, pues aquella mañana Timoleague despertó con una fantasmagórica bruma que lo velaba todo sin permitir distinguir nada a pocos metros de distancia. Confiaban en su experiencia, ya que conocían bien la zona. Bajo un encubierto y helador sol, Liam y Keiran desplegaron el velamen de su velero, e, impulsados por una casi inexistente brisa, comenzaron a alejarse lentamente, primero de la bahía, y luego de la costa. Ya en mar abierto, fondearon sus redes, y continuaron adentrándose sin más temor que el de otros días. Pasada una hora, la niebla desapareció, y Liam y Keiran levantaron su vista. La cerrazón del cielo y los relámpagos divisados a lo lejos presagiaban una fuerte tormenta. En pocos segundos, el oleaje y la marejada empeoraron. El velero, de unos diez metros de eslora, comenzó a zozobrar sin rumbo mientras las primeras gotas de agua empapaban, cada vez con mayor frecuencia, el pelo de Liam. Sin tiempo para reaccionar, estas leves gotas se transformaron en un auténtico diluvio. Keiran corrió a cerrar el herrumbroso tambucho que comunicaba la cubierta con la bodega, y Liam cortó las redes de pesca. Las capturas de aquella mañana pasaron a un último lugar. Apresurados, intentaron recuperar el control de su velero y regresar a la costa, pero el fuerte viento y la marejada partieron en dos el mástil, que rifó la vela principal. Padre e hijo se detuvieron, y, asustados, se miraron. Sabían que estaban merced de la mar, ya nada podían hacer salvo esperar a que sus heladas aguas los engullera, como a tantos otros marineros, haciéndoles el mar un hueco para siempre entre sus arrecifes de coral. Llegó ese momento en el que el miedo desaparece. Liam y Keiran se abrazaron, y, sosegados, observaron como la quilla del Saoirse se quebraba poco a poco con ellos abordo. Sintieron como miles de cristalitos cortantes se clavaban por todo su cuerpo; era el agua fría, casi congelada. Pocos minutos después, de la mano, ambos se apagaron y fundieron para siempre en su océano.

VIAJES POR ASIA CENTRAL: Paraísos desconocidos (Parte III)

La Princesa Ashalí y el último Emperador de la India.

–Hoy, niños, os voy a contar la historia de la princesa hindú Ashalí y el último Emperador de la India…
Al oír estas palabras de Donovan, todos los niños comenzaron a sentarse ilusionados a su alrededor para escuchar la historia de esa semana. Yo lo hice en mi rincón de siempre, un poco más alejado del grupo, para dejar que los niños estuvieran junto a él. Desde mi rincón se escuchaba con gran claridad todo lo que Donovan relataba.
–Como bien sabéis, la India perteneció a la corona Británica durante muchos años –dijo moviendo la cabeza de un lado a otro para ver las caras de todos los niños que le rodeaban–. De hecho, fue la colonia más importante, tanto que los británicos se referían a ella como “La Joya de la Corona”. Era una magnifica fuente de hombres y recursos. Muchos comerciantes hicieron importantes negocios con el comercio de la seda, el opio, el azúcar o los colorantes, productos inexistentes en el Reino Unido. Pero, sobre todo, era un lugar estratégico para la concentración y movilización de destacamentos militares. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1943, partí en barco desde Scapa Flow, en Escocia, a la India. En concreto, al maltrecho puerto, a consecuencia de los bombardeos japoneses, de la ciudad de los palacios: Calcuta.
–¿Cuánto se tardaba en llegar en barco hasta Calcuta? –preguntó uno de los niños.
Donovan dio un largo suspiro y respondió.
–En aquella ocasión, tardamos un mes y diez días. El barco iba muy cargado. Además, nos acompañaba una expedición de cinco alpinistas que querían ascender la Gran Montaña, el Everest. No lo consiguieron, y todos desaparecieron. Pero, probablemente, si se hubieran quedado en Europa, también habrían muerto. Eran judíos…
Tras la respuesta, retomó su historia donde la había dejado.
–El último Emperador de la India fue Jorge VI, un excombatiente de la Primera Guerra Mundial que, tras la abdicación de su hermano, Eduardo VIII, fue proclamado rey del Reino Unido y Emperador de la India. La India anhelaba su independencia, así que se la pagó a los británicos con soldados para luchar en la Segunda Guerra Mundial. Tanto la deseaban, que conformaron el ejército de voluntarios más grande del mundo. Los reyes siempre deben alejarse de las guerras, así que, cuando dio comienzo la contienda, aconsejaron a Jorge que se desplazara a Canadá por su seguridad. Pero Jorge no era un rey, sino un militar, por lo que decidió quedarse en Londres para apoyar a sus tropas. Mas, había algo que nadie sabía, y de lo que nunca había hablado…–dijo con tono cinematográfico.
–Yo, yo…yo lo sé…–gritó un niño.
–A ver ¿qué es? –dijo Donovan.
–Estaba… estaba enamorado de la princesa… ¡la princesa Ashalí!
–¡Muy bien! Así es, Jorge tenía un romance secreto con la princesa hindú Ashalí…
El niño no cabía en sí de gozo. Había descubierto el secreto de Jorge. Tampoco era algo muy difícil de adivinar teniendo en cuenta el título de la historia, pero eso demostraba a Donovan lo atentos que estaban los niños a todas sus palabras. Donovan continuó.
–Pero, antes de seguir, debemos remontarnos unos cuantos años atrás, antes de que Jorge fuera nombrado rey… En 1932, cuando Jorge era todavía un oficial de marina, viajó a la India para ver los progresos del ferrocarril por parte de los ingenieros hindúes, a los que se les había cedido la responsabilidad de su construcción. Su viaje le llevó hasta el noroeste, a la ciudad de Jammu, un importante centro industrial y ferroviario en el valle de Cachemira. Según dicen los que allí han estado, ese lugar es un paraíso en la tierra por sus hermosos paisajes, y porque, desde allí, se puede contemplar la grandiosidad de la cordillera del Himalaya.
Cuando Donovan dijo aquello, me prometí a mí mismo visitar alguna vez aquella ciudad, y apunté su nombre en mi libreta.
–Jorge fue invitado a una opulenta cena en el palacio del Maharajá de Cachemira, uno de los más de seiscientos reyes que cogobernaban, junto con la corona británica, en la India. El Maharajá tenía seis bellísimas hijas, cuyos destinos ya estaban escritos, pues todas ellas sabían quiénes iban a ser sus maridos, y habían sido educadas para sólo decir “sí, señor”. Todas excepto una, la princesa Ashalí. Ashalí era la primogénita, y su padre, antes de que naciera, había depositado en ella todas sus esperanzas. De ahí, que le pusiera por nombre Ashalí, que en hindú quiere decir Esperanza. Pero el mundo entero del Maharajá se derrumbó cuando descubrió que Ashalí era sordomuda. “¿Cómo va a ser Reina una mujer sordomuda?”, se lamentaba el Maharajá.
Los niños estaban fascinados con la historia, y no se movían para nada de sus asientos.
–La princesa Ashalí tenía una belleza mágica y hechizante. Era silenciosa, como los finos y tostados granos de arena de su reloj, pero era capaz de decir mucho más que ninguna otra persona. Sus ojos hablaban por su voz. En la cena, la princesa se sentó al lado de su padre. Enfrente, estaba Jorge, acompañado de sus hombres. Cuando Jorge vio a Ashalí, sintió la necesidad de permanecer allí con ella toda su vida. ¿Mágico? Tal vez… Pero sabía que debía cumplir con su deber, y volver a Inglaterra. Cuando terminó la cena, Jorge fue a hablar con la princesa, pero no se dijeron ni una palabra. Únicamente, Jorge le entregó una nota: “Necesito volver a verte. En media hora, en los jardines del palacio, junto a la fuente. Por favor, no faltes”.
–¿Nadie se enteró de que le había dado la nota? –preguntó uno de los niños.
–No lo sé… Puede que sí o puede que no. Nadie se podía imaginar que Jorge se fijara en la princesa Ashalí. Pasada la media hora, Jorge fue a esperarla a los jardines, junto a la fuente, como le había escrito en la nota. Estaba nervioso como un niño. No sabía qué hacer ni decir. En voz baja, practicaba frases para Ashalí: “Hola princesa…siento… No, así no… Princesa, soy Jorge… Tampoco…” En ese momento, una mano acarició su espalda. Se dio la vuelta y volvió a ver a la princesa.
–¡Bien! –gritaron varios niños.
–Los dos se miraron. Silencio. En ese lugar sólo se escuchaba el canto febril de los grillos y el ulular de los búhos. Continuaron mirándose. Sus ojos estaban fijos el uno en el otro. Un grillo dejó de cantar… Ni una palabra. Jorge estaba a gusto mirándola. Las palabras le sobraban. Siempre había estado acomplejado por su tartamudez, pero con Ashalí era diferente. Ella no podía oír sus torpes palabras, pero sí escuchar a su corazón, que latía con gran fuerza. Jorge acarició suavemente el rostro de Ashalí, que permanecía nerviosa e inmóvil. Enseguida, la princesa se calmó al percibir que Jorge estaba igual o más nervioso que ella. Él también se tranquilizó al ver que ella lo hacía. La princesa comenzó a acariciarle, y, los dos, se sintieron aliviados al haberse encontrado por fin. Sus sueños se habían hecho realidad. Hubieran permanecido allí para siempre, pero, entre lágrimas, se despidieron sin saber si se volverían a ver… Sus mundos eran muy distintos, el día y la noche. Aquel instante era sólo un amanecer, pero les bastó para hacerse feliz el uno al otro.
–¡Pobre princesa, y pobre Jorge! –exclamó una de las niñas emocionada.
–Es una historia muy cursi y para niñas… me gustan más tus historias de barcos –dijo otro niño.
–Calma, calma –pacificó Donovan–. Cada semana cuento una, ya tendrás tiempo de escuchar otra de barcos, como a ti te gustan.
–Y ¿cómo conoces esta historia? –le pregunté yo.
–Todavía no he terminado. Ahora lo sabrás, no seas impaciente…–dijo para crear más expectación–. Aquella noche, Jorge y Ashalí prometieron escribirse, por lo menos, una vez al año. Para mantener en secreto su amor, Jorge firmó todas sus cartas bajo el nombre de Amaru, el único que conocía su historia, pues había visto todo lo ocurrido esa noche. Ése era el nombre del personaje que aparecía, esculpido en mármol, en la fuente: Amaru, el gran poeta cachemir. En honor a su celestino, Jorge comenzó su primera carta a Ashalí con lo siguiente:
¿Qué es mejor? ¿El día o la noche?
¿Quién lo sabe…? Sólo puedo decir:
Ambos no valen nada sin ti.
–Sigo pensando que son mejores las historias de barcos…–repitió el niño.
–Porque los chicos no sois nada románticos… A mí me parece una historia muy bonita. Ojala me escribieran algo así a mí… –le contestó una niña.
–Como podéis imaginar, descubrí amontonadas todas las cartas de Jorge en la oficina de correos de Calcuta. Ninguna le llegó jamás a la princesa Ashalí, que murió, según me enteré después, en 1944, a causa del cólera. El último Emperador de la India continuó mandándola cartas que nunca serían leídas, hasta su muerte, en 1952.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

VIAJES POR ASIA CENTRAL: Paraísos desconocidos (Parte II)

El chamarilero de Benarés.

Un tenue rayo de luz se coló por entre las cortinas del viejo tren. Su traqueteo y el incesante subir y bajar de viajeros no me habían dejado pegar ojo en toda la noche; una noche que ya me parecía inacabable. Se atisbaban perezosamente entre la fina neblina del alba las siluetas de una ciudad. Nos acercábamos a Benarés. Ya hacía más de diez horas que aquel tren nos apresaba en su diminuto camarote. El sol nos había abandonado en Delhi para retornar de nuevo a nuestra llegada a las orillas del Ganges. El tren se detuvo por completo. Deseosos por volver a callejear en suelo firme, nos apeamos ágilmente de los malhadados vagones. De pronto, a lo lejos, entre la multitud, emergió una voz forzada; uno de los oficiales de estación vociferaba, como si le fuera la vida en ello, el nombre de la estación: ¡Vanarasi!
Apenas se adivinaban entre el gentío las aristas y arcos de la obsoleta estación. Nada más colocar un pie en la calle, decenas de gentes, cual manada de lobos hambrienta, comenzaron a rodearnos escrutando cada uno de nuestros pasos. Nos acribillaron durante minutos a ofertas de todo tipo, pero especialmente para ofrecernos transporte en la ciudad. Seleccionamos, cual maharajaes, al chofer que más nos convino en función de la legibilidad de su inglés. Nuestro chofer vestía impoluto y portaba un semblante excelente. Estaba rollizo y su mirada rebosaba bondad y felicidad. Le apasionaba su trabajo. Enseñar su bella ciudad le enorgullecía más que nada en el mundo, así que lo hacía con gran esmero y dedicación. “Si vosotros sois felices, yo soy feliz” nos repetía incesantemente cogiéndonos al tiempo de las manos.
–Benarés era llamada en la antigüedad con el nombre de Kashí, en sánscrito, que significa ‘la espléndida’ –adujo con mirada diamantina–.
Mi padre y yo nos limitábamos a escuchar atentamente cada una de sus palabras.
–De acuerdo con la leyenda –prosiguió, con gesto altivo– la ciudad fue fundada por el dios Shivá a principios de la era de Kali, en el año 3100 a. C. Los arqueólogos creen que tiene más de 3000 años de antigüedad ya que muchas escrituras sagradas ya la describen antes de ese año… Ahora es una ciudad sagrada para los hinduistas ya que todo aquel que muera en Benarés queda liberado del ciclo de las reencarnaciones. Los baños en el río Ganges se consideran purificadores de los pecados. Según la tradición, todo hinduista debe visitarla al menos una vez en la vida. Todas estas creencias la han convertido en destino para enfermos y ancianos que quieren pasar sus últimos días en la ciudad santa. A lo largo del Ganges se alinean numerosas residencias destinadas a albergar a los moribundos…

Realmente nos encontrábamos en uno de los mejores lugares para el tránsito al otro mundo, pero las intenciones de nuestro viaje a Benarés no tenían nada que ver con tal empresa. ¡O eso esperaba!


A lo lejos de la calle, un viejecito caminaba a tientas tirando de un viejo carro repleto de antiguallas y otros utensilios aparentemente inútiles. Pero toda su vida la había pasado junto a ese carro ajado por los años, y le iba su vida en mantenerlo consigo hasta su tránsito al otro mundo. El famélico anciano, cubierto por una chilaba agrietada y enlodazada con el color del camino que pisaban sus pies, empleaba sus días arrastrándose de aquí para allá comprando todo aquello a lo que muchos no le veían provecho alguno para vendérselo a otros más hábiles en encontrarle alguna utilidad a eso mismo que otros despreciaban.
–Buenos días buen hombre –musité algo entrecortado.
–Buenos días muchacho –contestó el anciano hoscamente.
–¿Qué lleva en su carro?
–Toda una vida… ¿le parece poco?
Me hice el loco para no iniciar una discusión inútil.
–Si es así… me gustaría echar un vistazo a esa vida… –contesté irónico.
–Adelante.
Entre el montículo de chatarra observé una cajita de madera policromada con motivos paquidermos y selváticos. La cogí delicadamente con mis manos.
–Me gusta esta cajita. ¿Cuánto cuesta?
–Muchacho, las cosas cuestan el valor que tú quieras darles. ¿Cuánto me darías por ella?
–No lo sé… ¿veinte rupias? –intuí sin querer meterme en apuros.
–No es mucho el valor que le das... ¿Ves todo lo que hay en este carro? –dijo el anciano meditabundo.
–Sí… lo veo –respondí, de refilón algo desconcertado.
–Pues bien, puedo decirte dónde, cuándo y a quién le he comprado todo lo que aquí ves. Es más, nunca compro nada a nadie que no me cuente algo, cualquier cosa –apuntilló–, sobre ese objeto. Así, las cosas ya tienen valor para mí.
–Y ¿qué puede decirme de esta cajita? –inquirí aprestado a escuchar.
El anciano pensó unos segundos mientras manoseaba la cajita en sus manos.
–Esta cajita se la compré a Ashalí, la hija de un viejo barquero de Benarés. Una bella mocita que vive al sur de la ciudad. Me la vendió para poder regalarle a su hermano pequeño un cuaderno nuevo por su cumpleaños… A su hermano le encanta dibujar a los gondoleros surcando el Ganges al atardecer, así que devora el papel. Ella sabía que ése sería el mejor regalo que podría hacerle a su hermano por lo que no lo pensó ni un instante; me la vendió muy sonriente pese a perder su cajita de los collares. ¿Sigues pensando que tan sólo vale veinte rupias? –preguntó hurgando en mi conciencia…

******************CONTINUARÁ

sábado, 26 de septiembre de 2009

VIAJES POR ASIA CENTRAL: Paraísos desconocidos (Parte I)

La India fue, pero ya no es.

El gran Scott Fitzgerald comienza una de sus obras más brillantes, The Great Gatsby, con lo siguiente: “siempre que critiques a alguien, recuerda que no todas las personas de este mundo han tenido tus mismas oportunidades”.
Muy astuto Mr. Scott, como siempre; pero estas palabras –que en otro momento de mi vida podrían haber transitado por mi cabeza sin pena ni gloria como otras tantas– las ojeé a unos cuantos pies de altitud rumbo a Delhi, la bulliciosa capital donde aún yace Gandi, y no pude olvidarlas en todo mi azacanado viaje por India, Nepal y Tibet.

Acostumbrado a vivir rodeado de personas muy adiestradas en el arte de amargarse la vida, llegar a India me supuso una ruptura con todos los cánones de la mal llamada “vida moderna occidental”, tan llena de opulencia, avidez y cicatería que ha olvidado lo realmente importante: ser personas –como prodiga Ibsen en todo su teatro. Pero el ser personas tiene su doble cara, sin querer entrar en debates filosóficos.

“Incredible India”, así es como se anuncia este inmenso país al mundo. Y no puedo decir que sea publicidad engañosa, para nada. Creo que es la mejor forma de definir este país. Nuestro viaje comenzó en Madrid el incendiario y achicharrante veintisiete de julio. Tras unas 18 horas de vuelo, con escala de unas horas en Helsinki, tomamos tierra en Delhi en la madrugada del veintiocho. Nada más descender del avión, la humedad nos recordó, a mi padre y a mí, que el clima y las latitudes en las que nos encontrábamos eran un tanto distintos a los de España. El vuelo llegó puntual. Última vez en todo nuestro viaje en el que algo resultaría según lo previsto.

Otrora, India fue la joya de la corona británica. Sus paisajes, palacios y exotismo la convirtieron en un indudable paraíso en la tierra. Pero mis primeras sensaciones al apearme del pestilente y anacrónico carro que nos trasladó del aeropuerto internacional de Delhi a nuestro hotel –por llamarlo de alguna forma– fueron que aquello debía ser un verdadero infierno en la tierra para sus habitantes.

El hacinamiento en el que viven los cerca de 1.200 millones de habitantes en la India (sin contar sus infectas y multitudinarias cloacas en las que pueden llegar a vivir otros tantos millones de personas que no constan en ningún documento), convirtiéndolo en el segundo país más poblado del mundo, hacen que caminar por cualquiera de sus calles sea una misión imposible. En la India no se vive, se sobrevive; los que pueden escapan al Reino Unido o Australia –con quienes tienen convenios especiales por pertenecer a la commonweal. Pocos son los turistas que se atreven a adentrarse en las profundidades de la India por su cuenta y riesgo. La mayoría de los visitantes extranjeros navegan en grupo en sus fabulosos y acomodados autocares con todo lujo de detalle, bloqueando y atascando aún más si cabe, las diminutas y concurridas calles de la capital hindi.

Amaneció por completo a eso de las seis de la mañana. Nuestro techo en el hotel era una sauna con dos camas sin hacer y vestidas con sábanas macilentas que nunca habían sido lavadas desde su primera vez, y un ventilador en el techo –al modo de película del mismísimo James Bond: misión India– que no hacía más que aletear el calor insufrible de un lado a otro de la habitación. El agua fría de los grifos era en realidad la del agua caliente, porque allí era imposible encontrar algo medianamente gélido. Desgastados por el viaje, salimos del hotel en busca de todo aquello que queríamos buscar: llenar nuestras maletas vacías con recuerdos, experiencias, historias e imágenes imposibles de descubrir en nuestro mundo. Nuestra aventura daba comienzo.

CONTINUARÁ**************