miércoles, 28 de octubre de 2009

A todos aquellos que descansan entre coral



Gracias por tu inspiración...

Sucedió al norte de la bahía de Seven Heads, en el pequeño poblado marinero de Timoleague, donde el mar se adentra entre las montañas para consolar a la costa de la furia de su oleaje. Dominando el paisaje de este recóndito rincón de Irlanda, se encuentran las silenciosas ruinas de una importante abadía medieval franciscana, que lleva siglos contemplando impasible a las gentes de Timoleague. Si estas ruinas pudieran hablar, relatarían tantas historias como gotas de agua resbalan a diario por sus ennegrecidas piedras.

Era costumbre en Timoleague que, todas las mañanas de trabajo, las mujeres, antes de comenzar sus bordados en lana, acompañaran a sus hijos y maridos al puerto para despedirlos hasta la noche. La mayoría de sus hombres vivían de la pesca en la tranquila bahía de Seven Heads. El pueblo conformaba un divertido y colorido mosaico, ya que todas sus casas estaban pintadas con diferentes colores. Así, los marineros podían identificar la suya desde lejos, mientras pescaban en la cala. Las mujeres se dedicaban al bordado de jerséis en sus casas, que vendían los domingos en el gran mercado de Cork. Vivían tranquilas, pues sabían que la bahía protegería y daría refugio a sus hombres de la furia del mar. Durante muchos años así fue, hasta que la desgracia llegó al apacible poblado de Timoleague. Todos aquellos años de pesca hicieron que ya no quedara nada en la cala, y sólo sería posible seguir pescando en alta mar. Algunos decidieron trasladarse a trabajar a Cork; otros, comprar ganado para vender su carne y hacer mantequillas; pero la mayoría decidió continuar con su honorable y ancestral trabajo en el mar.

Entró pronto el impaciente y frío invierno, y, con él, las fuertes lluvias, vientos y marejadas. El mar se tornó peligroso para los pescadores, con espesas nieblas y frecuentes tormentas. Durante ese invierno, una silente preocupación invadió al, hasta entonces, alegre mosaico de colores que era Timoleague. Ahora, las mujeres, mientras bordaban sus jerséis, lamentaban que su querida bahía ya no pudiera abrigar a sus hombres. Una mañana como otra cualquiera, Liam y su hijo, Keiran, partieron como siempre a faenar al mar en su pequeño velero de teca, bautizado Saoirse, Libertad en gaélico. El Saoirse era todo un símbolo para su familia, y una herencia generación tras generación. Pero esa es otra historia… Asumieron riesgos, pues aquella mañana Timoleague despertó con una fantasmagórica bruma que lo velaba todo sin permitir distinguir nada a pocos metros de distancia. Confiaban en su experiencia, ya que conocían bien la zona. Bajo un encubierto y helador sol, Liam y Keiran desplegaron el velamen de su velero, e, impulsados por una casi inexistente brisa, comenzaron a alejarse lentamente, primero de la bahía, y luego de la costa. Ya en mar abierto, fondearon sus redes, y continuaron adentrándose sin más temor que el de otros días. Pasada una hora, la niebla desapareció, y Liam y Keiran levantaron su vista. La cerrazón del cielo y los relámpagos divisados a lo lejos presagiaban una fuerte tormenta. En pocos segundos, el oleaje y la marejada empeoraron. El velero, de unos diez metros de eslora, comenzó a zozobrar sin rumbo mientras las primeras gotas de agua empapaban, cada vez con mayor frecuencia, el pelo de Liam. Sin tiempo para reaccionar, estas leves gotas se transformaron en un auténtico diluvio. Keiran corrió a cerrar el herrumbroso tambucho que comunicaba la cubierta con la bodega, y Liam cortó las redes de pesca. Las capturas de aquella mañana pasaron a un último lugar. Apresurados, intentaron recuperar el control de su velero y regresar a la costa, pero el fuerte viento y la marejada partieron en dos el mástil, que rifó la vela principal. Padre e hijo se detuvieron, y, asustados, se miraron. Sabían que estaban merced de la mar, ya nada podían hacer salvo esperar a que sus heladas aguas los engullera, como a tantos otros marineros, haciéndoles el mar un hueco para siempre entre sus arrecifes de coral. Llegó ese momento en el que el miedo desaparece. Liam y Keiran se abrazaron, y, sosegados, observaron como la quilla del Saoirse se quebraba poco a poco con ellos abordo. Sintieron como miles de cristalitos cortantes se clavaban por todo su cuerpo; era el agua fría, casi congelada. Pocos minutos después, de la mano, ambos se apagaron y fundieron para siempre en su océano.

2 comentarios:

  1. Te escribo un comentario para que no me mires con cara de pena en clase y me digas que "nadie te lee" :)
    Que bonito el mar...gracias por evocármelo, aunque sea por un ratito. Te veo mañana

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  2. Un comentario para que sepas que lo he leido: Gracias por escribir cosas que otros podemos leer.

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Gracias por comentar mi publicación!!