miércoles, 28 de octubre de 2009

VIAJES POR ASIA CENTRAL: Paraísos desconocidos (Parte III)

La Princesa Ashalí y el último Emperador de la India.

–Hoy, niños, os voy a contar la historia de la princesa hindú Ashalí y el último Emperador de la India…
Al oír estas palabras de Donovan, todos los niños comenzaron a sentarse ilusionados a su alrededor para escuchar la historia de esa semana. Yo lo hice en mi rincón de siempre, un poco más alejado del grupo, para dejar que los niños estuvieran junto a él. Desde mi rincón se escuchaba con gran claridad todo lo que Donovan relataba.
–Como bien sabéis, la India perteneció a la corona Británica durante muchos años –dijo moviendo la cabeza de un lado a otro para ver las caras de todos los niños que le rodeaban–. De hecho, fue la colonia más importante, tanto que los británicos se referían a ella como “La Joya de la Corona”. Era una magnifica fuente de hombres y recursos. Muchos comerciantes hicieron importantes negocios con el comercio de la seda, el opio, el azúcar o los colorantes, productos inexistentes en el Reino Unido. Pero, sobre todo, era un lugar estratégico para la concentración y movilización de destacamentos militares. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1943, partí en barco desde Scapa Flow, en Escocia, a la India. En concreto, al maltrecho puerto, a consecuencia de los bombardeos japoneses, de la ciudad de los palacios: Calcuta.
–¿Cuánto se tardaba en llegar en barco hasta Calcuta? –preguntó uno de los niños.
Donovan dio un largo suspiro y respondió.
–En aquella ocasión, tardamos un mes y diez días. El barco iba muy cargado. Además, nos acompañaba una expedición de cinco alpinistas que querían ascender la Gran Montaña, el Everest. No lo consiguieron, y todos desaparecieron. Pero, probablemente, si se hubieran quedado en Europa, también habrían muerto. Eran judíos…
Tras la respuesta, retomó su historia donde la había dejado.
–El último Emperador de la India fue Jorge VI, un excombatiente de la Primera Guerra Mundial que, tras la abdicación de su hermano, Eduardo VIII, fue proclamado rey del Reino Unido y Emperador de la India. La India anhelaba su independencia, así que se la pagó a los británicos con soldados para luchar en la Segunda Guerra Mundial. Tanto la deseaban, que conformaron el ejército de voluntarios más grande del mundo. Los reyes siempre deben alejarse de las guerras, así que, cuando dio comienzo la contienda, aconsejaron a Jorge que se desplazara a Canadá por su seguridad. Pero Jorge no era un rey, sino un militar, por lo que decidió quedarse en Londres para apoyar a sus tropas. Mas, había algo que nadie sabía, y de lo que nunca había hablado…–dijo con tono cinematográfico.
–Yo, yo…yo lo sé…–gritó un niño.
–A ver ¿qué es? –dijo Donovan.
–Estaba… estaba enamorado de la princesa… ¡la princesa Ashalí!
–¡Muy bien! Así es, Jorge tenía un romance secreto con la princesa hindú Ashalí…
El niño no cabía en sí de gozo. Había descubierto el secreto de Jorge. Tampoco era algo muy difícil de adivinar teniendo en cuenta el título de la historia, pero eso demostraba a Donovan lo atentos que estaban los niños a todas sus palabras. Donovan continuó.
–Pero, antes de seguir, debemos remontarnos unos cuantos años atrás, antes de que Jorge fuera nombrado rey… En 1932, cuando Jorge era todavía un oficial de marina, viajó a la India para ver los progresos del ferrocarril por parte de los ingenieros hindúes, a los que se les había cedido la responsabilidad de su construcción. Su viaje le llevó hasta el noroeste, a la ciudad de Jammu, un importante centro industrial y ferroviario en el valle de Cachemira. Según dicen los que allí han estado, ese lugar es un paraíso en la tierra por sus hermosos paisajes, y porque, desde allí, se puede contemplar la grandiosidad de la cordillera del Himalaya.
Cuando Donovan dijo aquello, me prometí a mí mismo visitar alguna vez aquella ciudad, y apunté su nombre en mi libreta.
–Jorge fue invitado a una opulenta cena en el palacio del Maharajá de Cachemira, uno de los más de seiscientos reyes que cogobernaban, junto con la corona británica, en la India. El Maharajá tenía seis bellísimas hijas, cuyos destinos ya estaban escritos, pues todas ellas sabían quiénes iban a ser sus maridos, y habían sido educadas para sólo decir “sí, señor”. Todas excepto una, la princesa Ashalí. Ashalí era la primogénita, y su padre, antes de que naciera, había depositado en ella todas sus esperanzas. De ahí, que le pusiera por nombre Ashalí, que en hindú quiere decir Esperanza. Pero el mundo entero del Maharajá se derrumbó cuando descubrió que Ashalí era sordomuda. “¿Cómo va a ser Reina una mujer sordomuda?”, se lamentaba el Maharajá.
Los niños estaban fascinados con la historia, y no se movían para nada de sus asientos.
–La princesa Ashalí tenía una belleza mágica y hechizante. Era silenciosa, como los finos y tostados granos de arena de su reloj, pero era capaz de decir mucho más que ninguna otra persona. Sus ojos hablaban por su voz. En la cena, la princesa se sentó al lado de su padre. Enfrente, estaba Jorge, acompañado de sus hombres. Cuando Jorge vio a Ashalí, sintió la necesidad de permanecer allí con ella toda su vida. ¿Mágico? Tal vez… Pero sabía que debía cumplir con su deber, y volver a Inglaterra. Cuando terminó la cena, Jorge fue a hablar con la princesa, pero no se dijeron ni una palabra. Únicamente, Jorge le entregó una nota: “Necesito volver a verte. En media hora, en los jardines del palacio, junto a la fuente. Por favor, no faltes”.
–¿Nadie se enteró de que le había dado la nota? –preguntó uno de los niños.
–No lo sé… Puede que sí o puede que no. Nadie se podía imaginar que Jorge se fijara en la princesa Ashalí. Pasada la media hora, Jorge fue a esperarla a los jardines, junto a la fuente, como le había escrito en la nota. Estaba nervioso como un niño. No sabía qué hacer ni decir. En voz baja, practicaba frases para Ashalí: “Hola princesa…siento… No, así no… Princesa, soy Jorge… Tampoco…” En ese momento, una mano acarició su espalda. Se dio la vuelta y volvió a ver a la princesa.
–¡Bien! –gritaron varios niños.
–Los dos se miraron. Silencio. En ese lugar sólo se escuchaba el canto febril de los grillos y el ulular de los búhos. Continuaron mirándose. Sus ojos estaban fijos el uno en el otro. Un grillo dejó de cantar… Ni una palabra. Jorge estaba a gusto mirándola. Las palabras le sobraban. Siempre había estado acomplejado por su tartamudez, pero con Ashalí era diferente. Ella no podía oír sus torpes palabras, pero sí escuchar a su corazón, que latía con gran fuerza. Jorge acarició suavemente el rostro de Ashalí, que permanecía nerviosa e inmóvil. Enseguida, la princesa se calmó al percibir que Jorge estaba igual o más nervioso que ella. Él también se tranquilizó al ver que ella lo hacía. La princesa comenzó a acariciarle, y, los dos, se sintieron aliviados al haberse encontrado por fin. Sus sueños se habían hecho realidad. Hubieran permanecido allí para siempre, pero, entre lágrimas, se despidieron sin saber si se volverían a ver… Sus mundos eran muy distintos, el día y la noche. Aquel instante era sólo un amanecer, pero les bastó para hacerse feliz el uno al otro.
–¡Pobre princesa, y pobre Jorge! –exclamó una de las niñas emocionada.
–Es una historia muy cursi y para niñas… me gustan más tus historias de barcos –dijo otro niño.
–Calma, calma –pacificó Donovan–. Cada semana cuento una, ya tendrás tiempo de escuchar otra de barcos, como a ti te gustan.
–Y ¿cómo conoces esta historia? –le pregunté yo.
–Todavía no he terminado. Ahora lo sabrás, no seas impaciente…–dijo para crear más expectación–. Aquella noche, Jorge y Ashalí prometieron escribirse, por lo menos, una vez al año. Para mantener en secreto su amor, Jorge firmó todas sus cartas bajo el nombre de Amaru, el único que conocía su historia, pues había visto todo lo ocurrido esa noche. Ése era el nombre del personaje que aparecía, esculpido en mármol, en la fuente: Amaru, el gran poeta cachemir. En honor a su celestino, Jorge comenzó su primera carta a Ashalí con lo siguiente:
¿Qué es mejor? ¿El día o la noche?
¿Quién lo sabe…? Sólo puedo decir:
Ambos no valen nada sin ti.
–Sigo pensando que son mejores las historias de barcos…–repitió el niño.
–Porque los chicos no sois nada románticos… A mí me parece una historia muy bonita. Ojala me escribieran algo así a mí… –le contestó una niña.
–Como podéis imaginar, descubrí amontonadas todas las cartas de Jorge en la oficina de correos de Calcuta. Ninguna le llegó jamás a la princesa Ashalí, que murió, según me enteré después, en 1944, a causa del cólera. El último Emperador de la India continuó mandándola cartas que nunca serían leídas, hasta su muerte, en 1952.

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