miércoles, 30 de diciembre de 2009

Para los futuros psicólogos...

Bien sé que éste no es el tema más apropiado para estas fechas, pero, hace no muchos días, mantuve una acalorada conversación con mis compañeros de máster acerca de la muerte. Todo fue fruto de un comentario de una compañera que había trabajado meses atrás en una residencia de ancianos. Ella nos contó cómo le entristecía ver morir, antes o después, a aquellas personas a las que cuidaba y entregaba su tiempo y esfuerzo. Para ser verdaderamente sincero, lo primero que pensé al oir sus palabras fue: "Menuda egoista. Para muchas de esas personas la muerte puede ser un verdadero descanso, pero ella sólo piensa en sí misma".

Lógicamente, en ese momento consideré más prudente callarme estos pensamientos, y sólo intenté hacer ver a cuantos me rodeaban, que la visión occidental de la muerte no es más que un obstáculo en nuestra labor como psicólogos, o como yo prefiero llamarnos, "guías de la mente". Les expuse que nuestro objetivo fundamental debería ser el de conseguir abrir los ojos de las personas que, por una causa u otra, acuden a nosotros cegadas, bloqueadas, sin perspectiva o desorientadas. Muchos son los que estudian psicología. Las facultades están abarrotadas promoción tras promoción, pero ¿cuántos de todas esas personas están verdaderamente preparadas para ser "guías de la mente"? Me atrevería a decir que muy pocas. Pero esto tiene fácil solución: como en los malos cocineros, existen las recetas. Se dispone de un amplio recetario en psicología que te permite trabajar como psicólogo sin tener que pensar demasiado...

Al día siguiente, cierta persona me comunicó otra "trágica" noticia, también relacionada con la muerte, con respecto al padre de una compañera suya de clase. Esta persona que me lo contó, sin embargo, pareció entenderme más que mis colegas psicólogos, y eso que no ha estudiado psicología, sino medicina...

La muerte, para la ciencia y la cultura occidental judeocristiana, ha sido considerada como la muerte física del cuerpo, ya que el alma y el espíritu humano formaban parte del terreno de la religión y de la filosofía. Según cuenta el Libro Tibetano de la vida y de la muerte, escrito por el Lama Sogyal Rinpoche, un renombrado maestro tibetano llamado Patrul Rinpoche, solía llorar los días de Año Nuevo. Cuando se le preguntaba por el motivo de sus lágrimas, el Lama siempre respondía con las mismas palabras: "Un año más se agota sin que mucha gente entienda y esté preparada para enfrentarse al verdadero significado de la muerte".

Para los occidentales, la muerte es el signo de la finitud de la vida, y marca nuestro final. Ha sido considerada como algo doloroso, razón por la cual ha sido negada, convirtiéndose así en un tema sobre el que definitivamente no se habla. De esta manera, “la muerte tiende a ser expulsada, separada, tapada; ya que representa la antítesis de lo que responde y representa idea de progreso”.

Médicos y enfermeros se enfrentan a la muerte todos los días, aunque muchos de ellos no pueden aceptarla verdaderamente, ni elaborar lo doloroso que les resulta encararla a diario en su profesión. Se habla de "cuidados paliativos" que mejoren los últimos momentos de vida o de "ayudar a morir" a ancianos o enfermos terminales. En el caso de que fuera posible, cuando el tiempo y las condiciones lo permiten, se busca que el paciente pueda tomar decisiones junto a su familia sobre cuestiones relacionadas con el tratamiento de su enfermedad y sobre las posibles tareas que podrían ser realizadas antes de su fallecimiento. En tales circunstancias, se busca priorizar que el anciano y/o el paciente terminal puedan despedirse de la vida, de su familia y de sus amigos. Se trabaja asimismo sobre la elaboración de las reacciones del paciente en cuestión ante la proximidad del fin de su vida y la preparación para su muerte...

Y ahora viene lo interesante. La Psicología Social Transcultural (eufemismo que utilizo para que me crean muchos de mis colegas de máster, y que no es otra cosa más que filosofia y espiritualismo oriental) ha brindado aportes desde una visión muchísimo más amplia sobre dichos temas que nos permite obtener una mirada más comprensiva y que realmente ayude a aquellas personas que sufren en momentos tan habituales y cruciales como son la enfermedad, la muerte y los duelos por la pérdida de seres queridos. Y sí, las creencias religiosas pueden ayudarnos... La religión (y prefiero que no penseís en las religiones "occidentalizadas") tuvo una función durante siglos.

Desde el punto vista budista, la vida y la muerte son un todo único, en el cual la muerte es el comienzo de otro capítulo de la vida. La muerte es un espejo en el que se refleja todo el sentido de la vida. El pensamiento budista acerca de la muerte arranca de la historia de los primeros años y juventud del príncipe Siddhârta Gautama. Siddhârta, hijo de un noble del clan de los shâkyas, fue protegido por su familia contra cualquier experiencia desagradable y frustrante. Sin embargo, y a pesar de todas las precauciones, el futuro Buddha salió un día del palacio en compañía de su cochero; durante el paseo por un parque, vio a un anciano tan encorvado como un tejado de dos aguas, decrépito, apoyándose en un bastón y tambaleándose, afligido y en plena decadencia.

En el siguiente paseo, tuvo ocasión de observar a un hombre enfermo, que padecía grandes sufrimientos, caído y revolcándose en sus propios excrementos. Transcurridos unos días, el joven príncipe volvió a salir del palacio en compañía de su cochero y esta vez se encontró con mucha gente vestida de diversos colores, construyendo una pira funeraria. Todas estas experiencias llenaron al futuro Buddha de perplejidad, desilusión y tristeza. Una vez más, salió a pasear y vio, en esta ocasión un individuo con la cabeza rapada, un ermitaño que llevaba un hábito amarillo. En efecto, en su recorrido por el parque halló a un asceta errante, un buscador de la verdad, que, después de abandonar a su familia, se retira a la soledad del bosque y continúa su senda religiosa como un mendigo.

Siddhârta abandonó de inmediato a su familia y su lujoso palacio, dedicándose en cuerpo y alma a la práctica de diversos métodos de ascetismo y desapego. En el Majjhima Nikâya encontramos una clara descripción del exagerado rigor de tales disciplinas: «Hice mi cama en un osario con los huesos de la muerte por almohada. Y los pastores de vacas se acercaron a mi, me escupieron y orinaron sobre mi, arrojaron basura y me introdujeron pajas en las orejas. Aún no recuerdo que se despertara ningún pensamiento de odio contra ellos. Tal fue mi capacidad de soportar, sin perder la ecuanimidad».

Lejos de abandonar las prácticas ascéticas, el futuro Buddha continuó en esa línea, extremando el rigor de los ejercicios, llevado por su afán por encontrar una realidad absoluta en su ser que no participara de la involución y de la tan temida muerte. Finalmente se percató de que ninguna de esas disciplinas podría alejarle definitivamente de la muerte. Descubrió, por el contrario, que no es posible que emerja una realidad interior, jîva, alma, yo o âtman, que sobreviva a la muerte.

La noche de su «Despertar», Siddhârta recorrió los diferentes jhânas («absorciones meditativas»). Esta experiencia le llevó a la conclusión de que todo está sujeto a la caducidad, a la transformación y a la disgregación. En efecto, la verdad que el Buddha descubre es que todos los elementos de la existencia están sometidos a la impermanencia (pâli, anicca), a la insustancialidad (pâli, anatta) y al sufrimiento (pâli, dukkha). Comprender que la impermanencia es el núcleo sobre el que gravita todo lo existente, es lo mismo que ver cómo emerge el sufrimiento, qué habría que hacer para su término; y, por último, se puede contemplar la senda que conduce al cese. Sólo hay sufrimiento, del cual la muerte no es sino un epítome. La Iluminación de Gautama fue la intuición de esta verdad:

«Comprendí: esto es sufrimiento. Comprendí: esto es la causa del sufrimiento. Comprendí: esto es el fin del sufrimiento. Comprendí: esta es la vía que conduce al cese del sufrimiento [...] Conociendo así, percibiendo así, mi mente quedó libre de la corrupción del deseo sensual, de la corrupción del deseo de existencia, de la corrupción de la ignorancia. Surgió en mi el conocimiento».

El Dhammapada nos informa acerca de las palabras del Buddha tras haber eliminado el deseo y la ignorancia espiritual, y haber penetrado en el nirvâna, más allá de la enfermedad, la vejez y la muerte: «A través de muchas, fatigosas y agotadoras series de renacimientos, he buscado al constructor de esta casa. Ahora te he encontrado, oh constructor, y nunca jamás volverás a construir esta casa (el cuerpo) de nuevo. Tus vigas (pasiones) están rotas, el techo (la ignorancia ) está destrozado. Mi mente ha alcanzado el Nirvana y el final del deseo. Esto que yo he alcanzado, ¿por qué habría de proclamarlo? Aquellos llenos de lujuria y odio nunca lo captarán...»

Seguidamente, Buddha expone lo que será el núcleo de su doctrina. Lo hace en el famoso sermón, considerado como el «primer discurso del Buddha», con el cual comenzó su ministerio público. En aquel momento, al comenzar la nueva doctrina a ser proclamada, el Buddha «puso en movimiento la rueda del Dharma». El contenido de este sermón se encuentra en el Mahâvagga y dice así:

«Esta, oh bhikkhus, es la Noble Verdad sobre el Sufrimiento: el nacimiento es sufrimiento; la decadencia es sufrimiento; la enfermedad es sufrimiento; la muerte es sufrimiento. La presencia de las cosas que odiamos, produce sufrimiento; la separación de las cosas que deseamos, causa sufrimiento; no obtener lo que deseamos es fuente de sufrimiento. Los cinco agregados de apego a la existencia producen sufrimiento.

Esta, oh bhikkhus, es la Noble Verdad sobre la causa del sufrimiento: es la sed que lleva a renacer, acompañada de placer y codicia, encontrando su placer acá y allá. (Esta sed es triple), a saber: la sed del placer, la sed de la existencia, la sed de la prosperidad.

Esta, oh bhikkhus, es la Noble Verdad del Cese del sufrimiento: (cesa con) la completa extinción de esta sed, un cese que consiste en la ausencia de toda pasión, en el abandono de esta sed, en la renuncia, en la liberación de la sed y en la destrucción del deseo.

Esta, oh bhikkhus, es la Noble Verdad sobre la Senda que conduce a la extinción del sufrimiento. Es el Noble Óctuple Sendero».

Del Sermón de Benarés a sus últimas palabras, el Buddha hace especial hincapié en que todo es transitorio, incluso el yo. En el Mahâ-Parinibbâna-Sutta, hallamos las últimas palabras pronunciadas por el Buddha antes de morir: «Todas las cosas compuestas tienden hacia el envejecimiento. Trabajad diligentemente por vuestra salvación». No es fácil encararse con la idea de la total desaparición del propio yo, a pesar de que este trabajo hecho de forma consciente conduce hacia la disolución del sufrimiento: «No hay cuerpo que sea permanente, estable [...], no hay sentimiento, ni percepción, ni actividades, ni conciencia de ninguna índole [...]. Entonces el Buddha puso en su mano un trozo de excremento de vaca y dijo a su hermano: aunque se consiguiese un fragmento pequeño de yo como éste, hermano, no sería permanente, estable ni eterno».

2 comentarios:

  1. Al final me anime a leerlo y merecio la pena, piensas tu igual??

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  2. Lo creo profundamente: Todo está sujeto a la caducidad, a la transformación y a la disgregación... Todo es impermanente, incluso la muerte...

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Gracias por comentar mi publicación!!