lunes, 7 de enero de 2013

Un kilogramo pesa ahora más de 1.000 gramos



De las tres magnitudes básicas para todos los sistemas de medida (masa, espacio y tiempo, aparte de la temperatura), solo una queda definida como se hizo a finales del XIX: con un bloque de platino, cuyo original se conserva en París. Las otras se han ido redefiniendo en función de constantes físico-químicas de la naturaleza, pero la arbitrariedad del kilogramo no ha encontrado un equivalente que convenza a los científicos. El problema es que el cilindro de platino que lo define ya no pesa un kilo: ha engordado.

En verdad, en el mundo no hay solo un patrón de un kilo. Cuando se estableció esta unidad en 1875 se hicieron una serie de copias homologadas que se repartieron por distintos países. A Reino Unido llegó la 18, y es con esa con la que ha hecho un estudio la Universidad de Newcastle, que publica hoy la revista Metrologia. Usando un complicado equipo de espectroscopia de fotoelectrones emitidos por rayos X (XPS por sus siglas en inglés) han descubierto que el cilindro pesa en verdad algo más de un kilo. No es mucho, apenas unos microgramos (millonésimas de gramo), pero la importancia de la unidad de masa es tanta que eso obliga a reequilibrarla.

La causa de la desviación no es que el platino de que está hecho el modelo engorde. Pero en su siglo y cuarto de existencia, y pese a las condiciones tan estrictas de conservación, ha acumulado contaminantes en su superficie. Se calcula que, al menos el caso estudiado, estas son poco menos de 100 microgramos (0,1 miligramos), pero no se sabe qué ha pasado con las demás copias. Si, como es de suponer, todas han sufrido procesos similares, el mundo tendría ahora una veintena de patrones de un kilo, todos pesando algo diferente.

Identificado el problema, los científicos se han planteado cómo adelgazar los modelos. Y la solución causaría envidia a todos los que estén preocupados por los kilos de más que hayan adquirido estas navidades: se trata de someter las piezas a una sesión de rayos UVA. La idea es que la combinación de una radiación ultravioleta junto con una exposición a ozono pueda disolver los compuestos, sobre todo a base de carbono, que se encuentran en la superficie, y devolver los patrones a su peso ideal. Y nunca mejor dicho: 1,000 (y añádanse todos los ceros se quiera) kilogramos. Ni un ápice más o menos.

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