jueves, 19 de agosto de 2010

Lesbianismo vs. Misoginia

A colación de una conversación que mantuve ayer, creo que os lo debo reconocer cuanto antes: soy un misógino moderado (es decir, un misógino que tiene que aceptar a la mujer dadas las circunstancias actuales). No me avergüenzo de confesarlo pues Erasmo de Rotterdam, Kant, Pitágoras, Demócrito, San Jerónimo, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Voltaire, Lovecraft, Rousseau, Schopenhauer, George Brummel, Nietzsche, Wagner, o Sade, entre muchos otros ilustres, lo fueron abiertamente. Nietzsche dijo de ellas: “¿Vas a ver a las mujeres? No olvides el látigo”; Sade: “Las mujeres son como las serpientes, hay que prescindir de la cabeza para aprovechar su cuerpo”; sin olvidar a los donantes de consejos saludables, como George Brummel: “Para tener éxito con ellas debe tratarse a las sirvientas como duquesas y a las duquesas como sirvientas”.

Erasmo de Rotterdam, el teólogo y filósofo holandés, por ejemplo decía "la mujer es, reconozcámoslo, un animal inepto y estúpido aunque agradable y gracioso". Tal vez sólo conocieron a bobas y ménades, eran otros tiempos, por lo que asumo y soy consciente de que la vulgaridad no tiene porqué tener un sexo. De esta forma, a través de los siglos, las mujeres han estado expuestas a muchas debilidades por el relegamiento al que fueron forzadas. Aún así, siempre hallaron resquicios de libertad, inclusive entrando en conventos, para alejarse a su vez de los matrimonios obligados y de las hipocresías de sus entornos.

El problema reside en que, entre el no exento de culpa género masculino, se valora mucho la gracia femenina. Ésta consiste en que las mujeres sonrían siempre y sean generalmente dóciles. Signo de inteligencia aceptada por los hombres es que debatan con el varón si al final ceden, y sobretodo que sean atractivas. Atractivas conforme a las reglas de nuestra sociedad, que corresponde a hacer mohines encantadores, mostrar fotos con escotes pronunciados, cruzar las piernas provocativamente, y, sobre todo, sonreír, siempre sonreír. Encuentro a estas mujeres detestables. Que salgan a la calle semidesnudas no es lo que más detesto, porque al fin y al cabo estamos en el siglo XXI, sino la actitud que acompaña a ese ego vulgar.

Las feministas de las nuevas generaciones son mujeres por lo general interesantes cuando abandonan sus discursos de género. Sin embargo, existe una fuerza desconocida en mí que me lleva a sentir un tremendo fastidio cuando me presentan a una mujer inteligente pero coqueta; me hacen ser maleducado. Me envuelvo de intransigencia, abandono a la atractiva muchacha, y prefiero irme a caminar solo por la ciudad entregándome a mis elucubraciones. Es más, es lo que siempre prefiero cuando estoy rodeado por mujeres que se creen irresistibles. Vuelvo a casa en paz.

Menos mal, y mis amigas lo saben, que existen numerosas excepciones… Lo que pasa es que últimamente –entre las chicas de mi edad– no me encuentro más que a bobas y ménades. Y tampoco descarto la misantropía. He dicho.

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