Había una palabra que Marge Simpson usaba para aterrorizar a Homer Simpson: “¡Marionetas!”.
Y nadie se extrañó cuando se enteró de algo así: los muñecos de
ventrílocuos le resultan terroríficos a millones de personas en todo el
mundo. Como sucede con los payasos, estas figuras pretendidamente
cómicas congelan el corazón de los hombres más valientes.
Ese suceso recibe el nombre científico de “Automatonofobia“,
una fobia que engloba también a maniquís, animatrónicos y figuras de
cera. Básicamente, seres inanimados que representan una figura humana.
Pero hay algo en concreto en estos muñecos que resulta especialmente
turbador.
El
motivo principal es más que evidente. ¡Estos muñecos dan mal rollo! Los
maniquís son seres inocuos y sin rasgos, pero las marionetas de estos
artistas suelen representan una caricatura de la humanidad, un espejo
deformado en el que muchos nos miramos. Y no nos gusta la visión
monstruosa que nos devuelve. Dicho de otra manera: parecen niños muy
feos y eso da miedo.
Por otro lado, y a diferencia de las criaturas de cera, totalmente inertes… los compañeros de Monchito y Macario
están “vivos”. Incluso en alguna ocasión se nos puede olvidar que hay
un señor detrás. La idea de semejante “criatura” moviéndose con voluntad
propia es algo totalmente antinatural y aterrador.
Hemos
identificado ya, por tanto, dos de las posibles causas del pavor que
generan: sus grotescas facciones y el “peligro” de que el muñeco cobre
vida. Normalmente, con diabólicas intenciones. La otra imagen recurrente
que asociamos con la Automatonophobia es el de convertirnos nosotros
mismos en marionetas de ventrílocuo.
La imagen de un pobre
desgraciado con las rayas en la boca e incapaz de moverse por cuenta
propia aparece en muchas ocasiones en películas y relatos de terror. La
cercanía a nuestra fisonomía nos hace ponernos en su lugar e imaginarnos
como unos vulgares guiñapos a merced del supuesto artista.
Por
último, el último hecho perturbador está en la propia profesión de
ventrílocuo: el humorista humano, siempre estoico y de perfecta dicción,
utiliza a su inanimado ayudante para hacer bromas de mal gusto, poner
voces raras y cantar extrañas canciones. ¿Hasta qué punto se trata de un
número humorístico? ¿Cómo sabemos que no está proyectando su verdadera
personalidad en su marioneta? Una muestra evidente de esquizofrenia que
preocuparía hasta al más pintado.
Normalmente, la fobia es
activada por un encuentro súbito y terrorífico a una edad fácilmente
impresionable. Algunas creaciones en concreto, como las de Edgar Bergen, fueron señaladas en muchas ocasiones como inductoras de este terror. ¿Habrá quién se quedara transpuesto viendo a Rockefeller?
Este arte conoció su primer “boom” a principios del siglo XX, con artistas como “El gran Lester”
llenando los teatros de todo el mundo. Por ello, y a diferencia de
otros monstruos con raíces literarias, siempre ha sido un concepto
explotado por la cultura pop.
Por lo tanto, no es de extrañar que ya en 1929, cuando apenas llevábamos un par de años de cine sonoro, apareciera un film como ‘El otro yo‘.
El ventrílocuo aparece aquí totalmente sometido a la voluntad de su
creación, de su siniestra marioneta. El pobre hombre termina loco
perdido, incapaz de expresar sus verdaderos deseos salvo a través del
“Gran Gaboo”. A partir de aquí, se convirtió en una figura más o menos
habitual del género de suspense y terror.
Pero posiblemente las dos aportaciones que mejor jugaron con este miedo sean ‘El muñeco‘ y ‘Magic‘. El primero es un capítulo legendario de 1962 de la mítica serie ‘The Twilight Zone‘.
En él, el protagonista cree que su muñeco ha cobrado vida propia y que
trata de quitarle de en medio. Tal fue el éxito de este capítulo que a
los dos años, en 1964, repitieron el truco y crearon otro relato con
muñeco de por medio, ‘César y yo’.
En cuanto a ‘Magic‘, se trata de un best-seller escrito por William Goldman
en 1976. La historia era, una vez más, la de un ventrílocuo loco que
daba rienda suelta a sus impulsos homicidas a través de su muñeco, el
cual llegaba a pensar que vivía. El libro fue un auténtico bombazo, y
los derechos para adaptarlo al cine se pusieron en un millón de dólares de la época.
En el film, dirigido por Richard Attenborough y protagonizado por Anthony Hopkins
gozó también de muchísimo éxito, presentaba a la marioneta como
poseedora de vida, llenando de pesadillas los sueños de muchos niños de
los 70. En muchos aspectos, esta es aún la película a batir. De hecho tuvieron que retirarse los tráilers en TV
que anunciaban la producción: muchos padres protestaron porque sus
hijos estaban aterrorizados. La verdad es que todavía da algo de “yuyu”.
Por supuesto, Chucky y las criaturas de la saga ‘Puppetmaster‘
son bastante más populares, aunque ellos no tienen un amo que meta la
mano por su trasero y maneje su boca y brazos, claro. Encontramos
mejores ejemplos en el cómic. Tanto Flash como Superman se enfrentaron a marionetas malvadas. Pero el lugar de honor hay que otorgárselo a Batman y su enemigo ‘El Ventrilocuo‘ y ‘Scarface’, su malvadísimo muñeco-gángster que maneja una Thompson y busca acabar con el hombre murciélago. Ah, loo de, ‘El Castor‘, con Mel Gibson, daba poco miedo… ¿o no?
Sirva
este breve repaso para ejemplificar que los ventrílocuos y más
concretamente, sus marionetas, son un elemento que no falla en provocar
inquietud en el espectador y un recurso más que merecido para los
guionistas: cualquier personaje con una larga trayectoria, desde el Dr. Who a Buffy se las han visto con estas invenciones.
Aunque
tampoco es que precisemos de estos ejemplos para recordarle al lector
lo evidente. Los ventrílocuos españoles han provocado escalofríos a los
críos desde hace décadas. José Luis Moreno, siendo un personaje
siniestro por si mismo, manejaba a un Monchito al que podemos imaginar empuñando un cuchillo. Y su discípula, Mari Carmen tenía también a la niña Daisy, de recuerdo especialmente turbador.
Quizá
la solución sea, pues, usar marionetas con formas de animales: nadie
parece haber tenido pesadillas por ver a la perrita Marilyn de Herta Frankle.
De hecho, quizá generara ella más trauma que su creación más famosa.
Mientras tanto, los ventrílocuos tendrán que seguir lidiando con lo que
es una realidad para buena parte de su población: en vez de risa… dan
miedo. Al menos no son payasos.
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