La
evolución de la visión del mundo de un adolescente es un tema
apasionante. En mi caso, atribuyo a la idealización de la figura del
médico que tenía mi madre el querer ser médico desde que tenía uso de
razón (existen fotografías y restos de libros que demuestran la seriedad
de mi compromiso). Entonces, con 14 años ocurrió Cosmos de Carl Sagan, la serie primero y el libro para Reyes después. Y quise ser físico/astrónomo/científico.
Un efecto colateral de Cosmos fue mi descubrimiento de la figura de Einstein. La fascinación, común a muchos, fue inmediata. Leía todo lo que encontraba en bibliotecas sobre él. De entre todo lo que leía había un punto, sin embargo, que solía pasar sin pena ni gloria, como un dato más, que a mi me llamó poderosamente la atención: su admiración por Baruch Spinoza. Dispuesto a explorar por mi mismo el origen de esa admiración, a los 16 compraba mi primera Ética (una no demasiado buena edición de Bachiller, como me hizo notar mi primo Pedro, estudiante por aquel entonces de filosofía en Salamanca). A esta primera copia han seguido otras cuantas.
¿Imagináis ese momento en que la lectura y meditación de sólo un párrafo supone una revolución en tu forma de ver el mundo? ¿Algo que hace que todo encaje de cierta forma? ¿Una idea que hará que digieras la información de determinada manera el resto de tu vida? A mi me ocurrió con 16 años con el Apéndice del libro I de la Ética. Si sólo tuvieses que leer en tu vida unas páginas de filosofía yo te recomendaría ese apéndice que se lee en menos de 10 minutos; lo puedes encontrar aquí en la obra completa (Ver PDF) . Una de las ideas principales de ese apéndice y la revolucionaria, según mi punto de vista, cuando se medita, es esta:
Spinoza, escribiendo este texto en la soledad de su habitación en los
primeros años 70 del siglo XVII describe lo que la psicología y la
sociología constatan hoy día. De hecho si se lee el Apéndice completo
comprobaremos que, salvo la sintaxis y el léxico, estamos ante un texto
de una actualidad manifiesta. El ser conscientes de la existencia de
este prejuicio de forma activa cambia tu visión del universo. Ahora podía empezar a comprender la admiración de Einstein.
Para una persona con cultura científica pensar que el universo no tiene fin ni propósito alguno es algo que debería darse por descontado; algo que no es así para la inmensa mayoría de los humanos. Y, sin embargo, el prejuicio sigue ahí, acechante, incluso entre los científicos de primer nivel.
Un estudio reciente publicado en el Journal of Experimental Psychology: General por un equipo de investigadores encabezado por Deborah Kelemen, de la Universidad de Boston (EE.UU.), ilustra perfectamente este hecho. Han encontrado que, a pesar de años de formación científica, químicos, geólogos y físicos de universidades de primer nivel mundial (Harvard, MIT, Yale entre otras) también sucumben al prejuicio de pensar que los fenómenos naturales tienen un propósito. Veamos el resultado con un poco más de detalle.
Cuando los científicos tienen tiempo de reflexionar acerca de por qué pasan las cosas, rechazan explícitamente las explicaciones teleológicas, que es como se llama a las explicaciones que se basan en la existencia de un fin o propósito y que son las que permean todas las religiones de una u otra forma. Sin embargo, según el estudio que nos ocupa, cuando se pide a los científicos que piensen muy rápido, aparece una tendencia subyacente a encontrar un propósito en la naturaleza. Estos resultados serían una prueba bastante sólida de que la mente humana tiene una posición por defecto, bien implantada, para favorecer las explicaciones basadas en fines.
Para comprobar la hipótesis de que existe una preferencia natural a las explicaciones teleológicas, los investigadores pidieron a un grupo de científicos de universidades estadounidenses de alto nivel que juzgasen afirmaciones del tipo “Los árboles producen oxígeno para que los animales puedan respirar” o “La Tierra tiene una capa de ozono para protegerla de la radiación ultravioleta” presentadas de tal manera que no tenían prácticamente tiempo para pensar sus respuestas. Otro grupo de científicos, equivalente al anterior, pudo dar sus respuestas sin límites de tiempo. Los investigadores encontraron que, a pesar de tener una gran precisión en los ítems de control (expresiones falsas más allá de la componente teleológica), los científicos bajo presión mostraban una mayor aceptación de explicaciones finalistas sin base científica que sus colegas sin presión de tiempo, que consistentemente las rechazaban.
La misma pauta de mayor orientación al fin se presentó en dos grupos de control, estudiantes (que en psicología viene a ser equivalente a población en general) y graduados de la zona de la misma edad que los científicos, si bien los científicos aceptaban menos las explicaciones teleológicas comparativamente. ¿Sería esto así por la formación científica, o por la capacidad intelectual de éstos últimos?
En un segundo ensayo los investigadores encontraron que, a pesar de los años de formación científica, los químicos, geólogos y físicos no tenían un prejuicio cognitivo menor que profesores de historia o de inglés de las mismas universidades. Esto es, la actividad intelectual de alto nivel aminora el sesgo teleológico (posiblemente por la capacidad intelectiva asociada), pero no así la formación científica. Un resultado sorprendente. E ilustrativo de la fortaleza de los prejuicios cognitivos.
Parece, por tanto, que nuestras mentes tienen una disposición natural hacia la religión, más que a la ciencia. Y que conseguir comprender las cosas como son en vez de como aparentan ser lleva un esfuerzo asociado que no todo el mundo está dispuesto a hacer. Pero de esto ya se dio cuenta Spinoza hace 335 años de la misma forma que Feynman arreglaba radios. Pensando.
Referencia:
Professional Physical Scientists Display Tenacious Teleological Tendencies: Purpose-Based Reasoning as a Cognitive Default.
Un efecto colateral de Cosmos fue mi descubrimiento de la figura de Einstein. La fascinación, común a muchos, fue inmediata. Leía todo lo que encontraba en bibliotecas sobre él. De entre todo lo que leía había un punto, sin embargo, que solía pasar sin pena ni gloria, como un dato más, que a mi me llamó poderosamente la atención: su admiración por Baruch Spinoza. Dispuesto a explorar por mi mismo el origen de esa admiración, a los 16 compraba mi primera Ética (una no demasiado buena edición de Bachiller, como me hizo notar mi primo Pedro, estudiante por aquel entonces de filosofía en Salamanca). A esta primera copia han seguido otras cuantas.
¿Imagináis ese momento en que la lectura y meditación de sólo un párrafo supone una revolución en tu forma de ver el mundo? ¿Algo que hace que todo encaje de cierta forma? ¿Una idea que hará que digieras la información de determinada manera el resto de tu vida? A mi me ocurrió con 16 años con el Apéndice del libro I de la Ética. Si sólo tuvieses que leer en tu vida unas páginas de filosofía yo te recomendaría ese apéndice que se lee en menos de 10 minutos; lo puedes encontrar aquí en la obra completa (Ver PDF) . Una de las ideas principales de ese apéndice y la revolucionaria, según mi punto de vista, cuando se medita, es esta:
[...]Todos los prejuicios que intento indicar aquí dependen de uno solo, a saber: el hecho de que los hombres supongan, comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan, al igual que ellos mismos, por razón de un fin […]
Para una persona con cultura científica pensar que el universo no tiene fin ni propósito alguno es algo que debería darse por descontado; algo que no es así para la inmensa mayoría de los humanos. Y, sin embargo, el prejuicio sigue ahí, acechante, incluso entre los científicos de primer nivel.
Un estudio reciente publicado en el Journal of Experimental Psychology: General por un equipo de investigadores encabezado por Deborah Kelemen, de la Universidad de Boston (EE.UU.), ilustra perfectamente este hecho. Han encontrado que, a pesar de años de formación científica, químicos, geólogos y físicos de universidades de primer nivel mundial (Harvard, MIT, Yale entre otras) también sucumben al prejuicio de pensar que los fenómenos naturales tienen un propósito. Veamos el resultado con un poco más de detalle.
Cuando los científicos tienen tiempo de reflexionar acerca de por qué pasan las cosas, rechazan explícitamente las explicaciones teleológicas, que es como se llama a las explicaciones que se basan en la existencia de un fin o propósito y que son las que permean todas las religiones de una u otra forma. Sin embargo, según el estudio que nos ocupa, cuando se pide a los científicos que piensen muy rápido, aparece una tendencia subyacente a encontrar un propósito en la naturaleza. Estos resultados serían una prueba bastante sólida de que la mente humana tiene una posición por defecto, bien implantada, para favorecer las explicaciones basadas en fines.
Para comprobar la hipótesis de que existe una preferencia natural a las explicaciones teleológicas, los investigadores pidieron a un grupo de científicos de universidades estadounidenses de alto nivel que juzgasen afirmaciones del tipo “Los árboles producen oxígeno para que los animales puedan respirar” o “La Tierra tiene una capa de ozono para protegerla de la radiación ultravioleta” presentadas de tal manera que no tenían prácticamente tiempo para pensar sus respuestas. Otro grupo de científicos, equivalente al anterior, pudo dar sus respuestas sin límites de tiempo. Los investigadores encontraron que, a pesar de tener una gran precisión en los ítems de control (expresiones falsas más allá de la componente teleológica), los científicos bajo presión mostraban una mayor aceptación de explicaciones finalistas sin base científica que sus colegas sin presión de tiempo, que consistentemente las rechazaban.
La misma pauta de mayor orientación al fin se presentó en dos grupos de control, estudiantes (que en psicología viene a ser equivalente a población en general) y graduados de la zona de la misma edad que los científicos, si bien los científicos aceptaban menos las explicaciones teleológicas comparativamente. ¿Sería esto así por la formación científica, o por la capacidad intelectual de éstos últimos?
En un segundo ensayo los investigadores encontraron que, a pesar de los años de formación científica, los químicos, geólogos y físicos no tenían un prejuicio cognitivo menor que profesores de historia o de inglés de las mismas universidades. Esto es, la actividad intelectual de alto nivel aminora el sesgo teleológico (posiblemente por la capacidad intelectiva asociada), pero no así la formación científica. Un resultado sorprendente. E ilustrativo de la fortaleza de los prejuicios cognitivos.
Parece, por tanto, que nuestras mentes tienen una disposición natural hacia la religión, más que a la ciencia. Y que conseguir comprender las cosas como son en vez de como aparentan ser lleva un esfuerzo asociado que no todo el mundo está dispuesto a hacer. Pero de esto ya se dio cuenta Spinoza hace 335 años de la misma forma que Feynman arreglaba radios. Pensando.
Referencia:
Professional Physical Scientists Display Tenacious Teleological Tendencies: Purpose-Based Reasoning as a Cognitive Default.
Kelemen, Deborah; Rottman, Joshua; Seston, Rebecca
Journal of Experimental Psychology: General, Oct 15 , 2012 doi: 10.1037/a0030399
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