sábado, 3 de julio de 2010

El viaje de Yule

¡Al fin solo! No se escucha más que el rodar de algunos coches de la plaza atrasados y derrengados. Durante algunas horas, vamos a poseer el silencio, si no el reposo. ¡Al fin! La tiranía de la faz humana desapareció y ya no voy a sufrir más que por mí mismo. ¡Al fin! Me está permitido abandonarme en un baño de tinieblas. Primero, doble vuelta a la cerradura. Me parece que esa vuelta de llave aumentará mi soledad y fortalecerá las barricadas que me separan en este momento del mundo. ¡Vida horrible! ¡Ciudad horrible!” (Baudelaire)

-Mírate a ti mismo para reconocer en los otros tu condición, tus faltas, tus debilidades y tu bondad. Permanece sociable con tu alma, nosotros que sólo lo hacemos con la razón. El alma no es un sentimiento de instante, persiste una vida entera. El alma no es coyuntural. Confieso padecer de una enfermedad peligrosa y terrible: aquellos que nos atrevemos a adentrarnos en la superficie, corremos graves peligros. La enfermedad de los inadaptados que rechazan la vida moderna, la realidad cotidiana, y buscan aislarse en su casas, que se convierten en nuestras tumbas. Creamos nuestro refugio en lo artificial, esbozamos nuestra vida a través del arte. Ambulamos mentalmente entre médanos de púrpura y armiño que nosotros mismos tramamos, nos alejamos de esnobismos y gregarismos sociales. Es la enfermedad de los seres incomprendidos, extraños, pero sentimentales. No es una cuestión de pesimismo, Yule, sólo que el optimismo moderno nos resulta irresponsable. A pesar de todo, somos capaces de disfrutar de la vida, tan sólo ansiamos buscar tras las cortinas, tras las bambalinas del teatro en el que representamos nuestro papel día tras día.

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