Mucho
me temo que la historia de la comedia va ligada íntimamente a la de la
tragedia y la muerte: habitual e involuntariamente a la de los
graciosos, que han pagado el pato más veces de las necesarias por
defender no ya el humor sino la verdad.
Los comienzos
Hace unos cuatro mil años, en la antigua
China, un comediante llamado Yusze, servía en la corte del emperador Qin Shi Huang, que inició la construcción de
un muro en la frontera norte
de su imperio. A Yusze se le otorga un privilegio que le será
reconocido al bufón a lo largo de la historia: poder burlarse del rey,
hacerle sugerencias e influir de alguna manera en sus decisiones. Este
singular poder no era absoluto y debía ser ejercido con gran tacto y
cautela, pues de sobrepasarse o equivocarse,
nuestro chistoso personaje podía pagar con su propia existencia.
Es sabido que el sacrificio de vidas humanas no importó demasiado en la
construcción de la Gran Muralla. El emperador Qin Shi Huang, no
contento con esto, tuvo la idea de… ¡pintarla! con lo cual todo el
pueblo se estremeció; pero sólo el bufón se atrevió a sugerirle (y
convencerle de), medio en broma medio en serio que no lo hiciera. Yusze
salvó el gaznate pero otros no corrieron tanta suerte. Sigamos adelante.
Esto se lo pueden saltar
Ya
hace cerca de unos 2.000 años, en Grecia, los payasos irrumpen en lo
que podría ser denominado el antecedente de las atelanas. Homero nos
habla también de Tersites, que divertía a los guerreros griegos en la
retaguardia de las áreas de combate y Virgilio relata las fiestas del
Ager, en las que personajes enmascarados, o maquillados, improvisaban
diálogos humorísticos y representaban costumbres populares; pero como en
Grecia no hubo mayor efusión de sangre avancemos mil años y pasemos a
Italia.
La farsa atelana, originariamente en
idioma osco,
se remonta al siglo IV antes de Cristo y se suele atribuir su origen a
los habitantes de la antigua ciudad de Atella, en la región de Campania
(en el sur de Italia, capital Nápoles) que siguen hablando de manera,
ejem, peculiar. Según el historiador Tito Livio, fue importada a Roma
en el 391 a.C. Normalmente se configuraba por medio de improvisaciones
satíricas y populares que mezclaban todo tipo de bromas y chascarrillos,
tanto en prosa como en verso, según el ingenio y atrevimiento de quien
la representara. En su puesta en escena se utilizaban máscaras, que
siempre eran las mismas, y que recibían los nombres de
Dossennus, Maccus, Bucco, Manducus y Pappus.
Ya en el siglo I a. C el algunos autores cultos como Lucio Pomponio le
dieron empaque literario. La participación en estas farsas no estaba
exenta de riesgos, pues al constituir su tema principal la sátira, a
veces se atacaba o se ridiculizaba a los poderosos, lo que podía
acarrear muy serias consecuencias.
A lo que íbamos
Según cuenta Suetonio en sus crónicas,
Calígula (no
hace falta presentación) hizo quemar vivo a un actor, cuyo nombre no
ha llegado hasta nosotros, por ridiculizarlo en una farsa atelana. El
género alcanzó su máxima popularidad en tiempo del castizo
Trajano (que
muere en el año 117) y se mantuvo durante toda la época imperial, como
lo demuestran las numerosas máscaras y estatuillas encontradas en
yacimientos arqueológicos a lo largo de todas las zonas de dominación
romana.
Los romanos siguieron la tradición en la que se presentaba
una obra teatral (seria) y los payasos aparecían en los intermedios, o
al final, interpretando su propia versión cómica de la obra.
Dentro de los payasos romanos se hicieron famosos
Cicirro,
que usaba una máscara con cresta de gallo y actuaba como tal,
cacareando y batiendo brazos a guisa de alas (más ilustres ejemplos de
actores vestidos de pájaro: Papagena de la flauta mágica o la gallina
Caponata), y
Estúpido, que llevaba un traje de parches y un gorro puntiagudo.
Pero sobre todo fue famoso
Filemón (nombre
falso y tan corriente en la época como ahora lo sería Manolo), querido
por todo el pueblo. Es famosa su anécdota: el emperador obligaba a los
cristianos a hacer sacrificios a los dioses y, si el cristiano se
negaba, era sentenciado a muerte. Un cristiano le pagó a Filemón para
que fuera al templo y ofreciera por él sacrificio y, estando a punto de
hacerlo, el payaso, que también era cristiano, se negó a realizarlo. Con
pesar de todo el pueblo Filemón fue ejecutado y hoy, por su
inquebrantable fe y valentía, es reconocido como santo:
San Filemón
(no, no es el mismo de las epístolas de San Pablo). También ejecutaron a
Cicirro. Los primeros (y algunos dicen últimos) cómicos cristianos.
Estúpido, paradójicamente, parece que libró.
Desde un comienzo
estos payasos fueron patrocinados por los patricios, gentes adineradas
que disfrutaban de los espectáculos ambulantes de cómicos, entre los que
se contaban algunas mujeres.
El 27 de febrero del año 380 de nuestra era el emperador romano
Teodosio se convierte al cristianismo,
desde entonces religión exclusiva (y obligatoria) del Imperio.
Desaparecen los teatros y las atelanas que se interpretaban en calles y
plazas. Los payasos se convierten en seres nómadas. El año 476, fecha
que se utiliza por convención para datar
la caída del Imperio Romano empieza
la Alta Edad Media y aparecen los bufones de las cortes europeas. Pero
esto ya es historia conocida y, sobre todo, distinta. Si quieren, otro
día se la cuento.