Si le damos varias vueltas a esta idea, lo que Alfred Schütz propone implica que uno de nuestros mayores problemas es que somos demasiado buenos recordándonos a nosotros mismos en el pasado. Si nos creemos de una determinada manera por lo que hemos vivido, podría suceder que nos limitáramos; esto es, que no explorásemos todo aquello que podríamos llegar a ser si desarrolláramos al máximo nuestro potencial. Por ejemplo, si recordando nuestro periodo escolar, concluimos que somos torpes en Matemáticas, muy probablemente este recuerdo influya en que no queramos volver a ver un número o ecuación nunca más. Y si, por el contrario, haciendo esto mismo, nos recordamos como buenos escritores en las clases de Lengua y Literatura, es muy probable que hayamos decantado la balanza hacia profesiones que impliquen el manejo de las letras y el verbo.
Si bien es cierto que resulta inteligente explotar nuestras virtudes personales al máximo y no empeñarnos en aquello en lo que, definitivamente, somos rematadamente malos, el hecho de que en nuestra infancia y adolescencia no fuéramos buenos en una determinada materia, puede darnos una visión errónea de nuestra propia realidad. Sí, es verdad, somos como la naturaleza nos hace, pero también es cierto que llegamos a ser como nosotros mismos nos hacemos. Y esto último no lo debemos olvidar; día tras día somos capaces de reinventamos, de romper las barreras que nos crea nuestro pasado en pro de llegar más lejos. Incluso aquellos que se creen un “desierto”, esconden un pozo con agua, decía el siempre eterno Antoine de Saint-Exupery.
Sirva todo lo anterior como introducción para lo siguiente. Hace poco que cumplí un año de estancia en Badajoz. A lo largo de todo este tiempo, me he visto en la obligación (forzosa) de reinventarme día tras día haciendo cosas por mí antes inimaginables. Aunque he tenido que relegar a segundos y terceros planos (muy a mi pesar) algunas de mis labores creativas preferidas, una valoración general y sosegada me hace percibirlo todo de manera positiva. (No descarto que esto sea, como plantea Dan Gilbert, por la capacidad humana de estar satisfechos con lo que hemos elegido, sobre todo cuando no se puede cambiar, o al menos no fácilmente). Pero creo más bien que mi optimismo se debe a la firme convicción de que el cielo, el infierno y el mundo entero, se encuentra en nosotros. Y esto lo escribo con la sonata n. º 2 para piano de Chopin de fondo… Ahora no tengo tanto tiempo para mí, ni para compartirlo con la gente que quisiera, pero esto mismo hace que valore al máximo los pequeños momentos en los que puedo hacerlo. Permanezco en paz con aquello que pudo ser y finalmente no fue, ni es, ni será. Alguna razón habrá para tal devenir y espero descubrirla; no olvidemos que los hombres vivimos del olvido, las mujeres, de recuerdos.
Esta entrada (poco habitual) de mi blog es un auto-debate sobre el estado de mi propia nación. No me gustan este tipo de entradas porque no creo que le interesen a nadie, pero ésta es por y para mí; para leerla a lo largo de todo este próximo año si se me ocurre torcer por la calle que no debo. Y ahora a seguir estudiando con mi querido Chopin de fondo…