Ha pasado tanto tiempo que tengo
que mirar cuándo fue exactamente la última vez que escribí aquí, en “El sitio
de mi recreo”: fue el 26 de noviembre de 2013. Hace exactamente 2 años, 4 meses
y 6 días. Ya me parece demasiado tiempo.
¿Qué he hecho durante todo este
tiempo? Esta es una pregunta trampa. Hoy os contaré la primera parte en versión resumida.
Terminé mi residencia como PIR en Extremadura y me convertí en especialista o “adjunto” allá por mayo de 2014. Deciros que la despedida de una tierra tan maravillosa
como es Extremadura no fue fácil, y debo confesaros que hubo alguna que otra
lágrima. Los recuerdos pesaron el último día. Pero tenía claro que aquella etapa
en Badajoz terminaba con la residencia y que mi lugar iba a estar más cerca de los
míos. Tras un corto periodo (afortunadamente) echando currículos y
tirando de agenda, emails, teléfono… conseguí mi primer empleo en
un Hospital Psiquiátrico en Elizondo, al norte de Navarra.
Aquellas semanas he de deciros
que no fueron fáciles. Cuando uno termina la formación como residente, tras 4
años muy duros, –como cuando terminas la Universidad– se produce una guerra
interna curiosa. Por un lado, mi primera sensación fue de intenso temor al
cambio. También es cierto que en mi caso esa sensación creo que quedó mitigada
en parte por el hecho de haber pasado mis últimos 4 meses de residencia en una estancia en Cambridge y
venia de vivir una despedida también intensa y reciente. Pero igualmente el pánico de
salir de mi área de confort (económica, profesional y habitacional) se sintió.
Al fin y al cabo, el regreso a casa de tus padres conlleva el deseo irrefrenable
de que sea por el menor tiempo posible. Por otro lado, también se produce una
mezcla de otras emociones: rabia por la situación laboral actual de los jóvenes,
cansancio porque eres consciente de que vas a competir en un mercado laboral
con muchos compañeros que están igual o mejor formados que tú, y por supuesto ansiedad
porque tus colegas de promoción se mueven (muy) rápido y no quieres quedarte atrás. De todas formas, siempre hay excepciones. Existe un grupo de compañeros que deciden tomarse un tiempo sabático amplio. Pero, por
desgracia, mi sentimiento de culpa y elevado sentido de la responsabilidad no me permitió tomarme unas vacaciones
merecidas ese año, así que me afané por conseguir un trabajo lo antes posible.
Foto de Elizondo, al norte de Navarra.
Como os decía, tras mi búsqueda recalé en Navarra, en Elizondo. El otro día sonreí en el coche al escuchar en la radio la noticia de que ya había comenzado el rodaje de la película basada en la trilogía de Dolores Redondo que transcurre allí, en el valle del Baztán (http://www.diariovasco.com/bidasoa/baztan-bortziriak/201603/29/comienza-rodaje-guardian-invisible-20160329081629.html). Para los que no conozcáis la zona, Elizondo es la capital de este valle formado por la cuenca alta del río Bidasoa o Baztán y que constituye la comarca más extensa de Navarra, con unos 373,55 km². El valle limita al norte y el este con Francia, en concreto con el departamento de Pirineos Atlánticos, por lo que a unos escasos 30 minutos en coche puedes cruzar los pirineos navarros y llegar a Francia. En unos 20 minutos más también en coche se alcanza la localidad vasco-francesa de Saint-Jean-Pied-de-Port (o San Juan de Pie de Puerto, en castellano), la capital de lo que a partir de 1512 se comenzó a llamar Baja Navarra.
De nuevo, como en el caso de mis
años en Badajoz, iba a vivir en una zona fronteriza, de paso pero ahora íntimamente ligada
con el Camino de Santiago. Por este valle los peregrinos de Francia atravesaban
el Pirineo Occidental en su camino a Compostela. Testigos mudos de aquella
época son construcciones como la ermita de Santiago en Azpilikueta o el
hospital de peregrinos de Elizondo.
Lo primero que me fascinó al
llegar a Elizondo, aparte de sus bellos paisajes con suaves laderas y prados verde
esmeralda salpicadas por las crestas del Pirineo navarro y sus frondosos
bosques, fue la arquitectura de la zona. Los palacios y caseríos de piedra rosácea
y grandes balconadas construidos por los indianos que regresaron de las
colonias con fortuna dejan a cualquiera boquiabierto y constituyen verdaderas
joyas arquitectónicas.
En los siglos XVI y XVII la sociedad
de esta zona también se caracterizó por sus creencias en mitos y leyendas y por
su sabiduría ancestral, así que las mujeres del Baztán destacaron por utilizar el
poder de la naturaleza para curar enfermedades. Esto favoreció las acusaciones
de brujería entre los vecinos, la mayoría de las veces, infundadas. Sin
embargo, la historia medieval une a Navarra con las brujas, los aquelarres, las
pócimas, los exorcismos y las persecuciones, como ocurre con la historia de las
brujas de
Zugarramurdi.
El edificio de Elizondo que más
me impactó fue el palacio barroco de Arizkunenea. Fue mandado construir por don
Miguel de Arizcun, caballero de la orden de Santiago y posterior Marqués de
Iturbieta, en 1740.
En definitiva, un lugar fantástico para iniciar una nueva andadura profesional y personal. Pues bien. A Elizondo le debo muchas cosas. Allí permanecí más o menos 1 año de mi vida, tiempo en el que muchas cosas cambiaron. Además de tomar contacto con la dureza del trabajo con casos extremos de trastorno mental crónico y, a la vez, las recompensas del trabajo perseverante y tenaz, los cambios asaltaron a mi vida personal…
Casi 2 años después (¡cómo pasa
el tiempo!), ahora vivo con la persona con la que he decidido pasar mi vida,
con mi maravillosa y fiel compañera de viaje que conocí allí, en el valle del
Baztán... Si pudiera hablar el bosque de Bertiz os susurraría algún que otro
secreto sobre cómo sucedió…
Fuente de nenúfrates de Bertiz.
A partir de Elizondo, nuestra
vida no se entiende el uno sin el otro. Hemos viajado a las pirámides de Egipto,
a la selva colombiana, al Amazonas brasileño y peruano, a Gran Canaria… más
otros muchos viajes por España.
Prometo rescatar este blog y
escribir periódicamente. Las buenas costumbres no deben olvidarse.
Gracias a todos por volver a
entrar al blog.